26 octubre, 2011

Aniversario


¿Llegaste ya a las nubes mi querida amiga?
¿Descubriste quién enciende el sol? ¿Quién apaga la luna?
¿Quién hace brotar en mayo la cuarta hoja del trébol?
A veces, todavía sueño contigo. 
Al principio, cuando comencé a soñar, no podía ver tu cara, tan sólo tu gorra de marinero, como la de Alberti y tu sonrisa, suspendida en el aire, como la del gato de Cheshire en el País de las Maravillas.
Apenas han sucedido grandes cosas desde que te fuiste, o al menos ninguna me parece tan importante como para contártelas a ti, que siempre colocabas a las pequeñas cosas en lugares preferentes.
Dentro de nosotras, de nosotros, se han ido sucediendo las estaciones de tu ausencia. 
El otoño de despedidas, el invierno de frío en el corazón, la primavera, en la que renacieron las semillas que sembraste antes de irte, y el verano, amarillo y cálido de grandes horizontes.
Ha vuelto el otoño, ya sabes de despedidas, y todo vuelve, más liviano -eso sí- como las hojas que sobrevuelan nuestras cabezas.
El tiempo parece cumplir lo que de él se espera y nos regala cierta calma para el desasosiego y un recuerdo dulce para la tristeza.
Olvidaste llevar contigo algunas cosas del corazón que nos habías prestado. Supongo que lo hiciste a propósito.

p.d. Ya sabes que te quiero

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25 octubre, 2011

Conversación privada


Esta es la sensación que he tenido al cerrar el libro de Julián Rodríguez, "Santos que yo te pinte", publicado por errata naturae en su colección"La mujer cíclope". La de haber mantenido una conversación privada, o mejor una atenta escucha privada, con su autor, a través de un breve texto -54 páginas- en el que el director de la Editorial Periférica, hace un monólogo íntimo y confidencial sobre una relación amorosa.

El título me resultó inquietante hasta conocer que era una canción de Los Planetas: "Santos que yo te pinte, demonios se tienen que volver".
La  cita de Bufalino, con la que se abre el monólogo resume bien lo que vamos a encontrar en él:
Y él no era un solo hombre, sino muchos. Y muchas eran las voces que lo poseían, que hablaban por él, a través e él, mientras que aquel hombre, el hombre verdadero, seguía solo y mudo
Y así, como si se tratara de una conversación privada, de un monólogo susurrado apenas a nuestros oídos, vamos devorando las palabras que escuchamos. Un hombre habla, y las palabras brotan a trompicones de sus labios. Buscamos entre líneas lo que no dice, como en cualquier conversación en la que el amor es el tema principal. También el desamor, el desencuentro, la imposibilidad de entenderse con palabras, el desgaste del tiempo. A veces parecemos uno y somos siempre dos, nos dice el hombre que nos susurra al oído la historia de una pasión amorosa.
Me acuerdo del poema de Ángel González, sobre la inutilidad de todas las palabras, sobre la dificultad de entenderse a pesar de utilizar una lengua común, sobre la imposibilidad de encontrar lenguajes comunes.
Me acuerdo de Mario Merlino y sus traducciones literarias. Buscando las palabras precisas, para definir los sentimientos exactos.
Me bebo el libro de un sorbo y luego tengo que volver sobre él, para descifrar los rastros que ha ido dejando su lectura.
Es entonces cuando descubro el ritmo, el crescendo mas non troppo de esta conversación. 
Por eso tuve que decidirme a explicarlo todo. O a intentar explicármelo, al menos, a mí mismo. Empezar por el principio en primera persona. No éramos el uno para el otro. No éramos nadie, ni dos cuerpos siquiera (...) sé en qué piensa, qué la trastorna, pero no hago nada, no puedo hacer nada, no hay remedio para ella ni para mí ni para nosotros, aunque fuéramos más que dos cuerpos
Cierro el libro de nuevo y me pongo a pensar despacio en todo lo que este corto e intenso monólogo, de apenas 54 paginas, me ha sugerido...


¿Cómo era eso de la mejor esencia en frascos pequeños?

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22 octubre, 2011

A través de mi ventana


De nuevo otoño.
Días de libros, de paseos a media tarde acompañada por la luz de octubre.
Huele a otoño.
Hay cierta melancolía en el aire y el viento arrastra hojas y recuerdos.
La soledad tiene el sabor del otoño.
El silencio se abre paso por las rendijas de puertas y ventanas.
Sabe a otoño.
En los membrillos y en las manzanas, en las primeras naranjas brillantes y ácidas.
La serenidad tiene el color del otoño.
Y las pasiones se apaciguan para buscar refugio para el frío.

Cada día aprendo una palabra nueva. La recojo y la saboreo lentamente, paladeando sus consonantes y sus vocales. La escribo cien veces en un papel, para no olvidarla, para que pase a formar parte de mi tesoro de palabras.
Cada día, también pierdo una ilusión. La busco por los rincones de la casa, por las orillas del río, por las esquinas de la calle que se doblan al paso del tiempo.
Me vuelvo escéptica y acumulo decepciones. Nunca aprendo del todo a esquivar las decepciones. Y lo intento, vaya si lo intento.

Camino por las aceras buscando el horizonte. Las casas y los tejados ocultan las nubes. Y yo, decepcionada por no ver el mar detrás de los edificios, miro al suelo. Podía también mirar al cielo, pero no, miro al suelo.
No está tampoco el mar debajo de los adoquines.

Algunos amigos, como las hojas de los árboles, caen en otoño. Cuando llueva, si algún día vuelve a llover, se inundarán las plazas y los jardines. El corazón también se inunda. No damos abasto para achicar las lágrimas.

Vuelve el otoño y el aire huele a leña y a humo, a frío, a sol somnoliento. Las luces de las ventanas madrugan para sustituir al sol en la escenografía de los días.

Vuelven los libros antiguos, los cafés tras los cristales, las mantas sobre las rodillas. 
No somos los mismos que el otoño pasado, pero usamos los mismos objetos, repetimos los viejos ritos, volvemos a añorar, a tener escalofríos, nos duele -de nuevo- la garganta, ponemos los mismos discos -discos de otoño- No, no somos los mismos. Todo cambia aunque parezca que es el mismo otoño una y otra vez.

Miro la calle desde la ventana y escucho a Paul Desmond.

Fotografía: Gregory Crewdson

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15 octubre, 2011

Félix Romeo (1968-2011)

Conocí a Félix Romeo en Salamanca, hace ya 10 años.
Vino acompañando a Ignacio Martínez de Pisón, escritor invitado a la Feria del Libro.
Fue una tarde-noche inolvidable.
La conferencia de Martínez de Pisón, la cena en el pequeño restaurante cerca de la Plaza Mayor, y las copas en la terraza del Novelty hablando de la vida, de la literatura y del fútbol -¡con qué pasión hablaron los dos de su amor por el fútbol!-




Lo recuerdo con una boina y una sonrisa permanente, una mirada misteriosa y una enorme pasión por la vida.




Nos contó su dolor por la pérdida de su amigo, el escritor y periodista, Chusé Izuel, que a los 24 años se arrojó desde un balcón en Barcelona, después de cenar, con absoluta normalidad, una tortilla francesa que se le había antojado minutos antes.
Nos habló de su dolor y de sus deseos de escribir algo que conjurara su pena, su rabia, su impotencia y esa sensación permanente de culpa que arrastraba desde entonces por este terrible suceso que le había marcado para siempre. Más tarde escribiría "Amarillo" (Plot Ediciones) que según afirmó le sirvió de consuelo.






Lo recuerdo también, sentado en un sillón en La Mandrágora, hablando de libros. Recomendando con acierto y  las palabras precisas la lectura de aquel o este otro libro, de un autor, de una editorial...


He seguido sus pasos a través de amigos comunes y le he admirado desde lejos, siempre, por su coherencia, su dignidad, su buen hacer, su impecable estilo, sus obras, sus entrevistas, su pasión literaria y su pasión por la vida -siempre metido en nuevos proyectos-.
He seguido sus críticas literarias en el  suplemento cultural de El Heraldo de Aragón y su mirada a la televisión desde la revista Letras Libres.
He leído tres de sus libros:  "Dibujos animados" (Anagrama; Premio Icaro); "Discothèque" (Anagrama) y  la anteriormente mencionada, "Amarillo" (Plot).


El día antes de partir para Andalucía me entero que ha muerto de un infarto en casa de Aloma Rodríguez, la hija de su amigo el periodista y escritor Antón Castro, en Madrid.
Dos días antes había escuchado su voz llena de vida en el programa "La nube" de Radio 3, hablando de Jean Claude Carriere, el guionista y dramaturgo compañero de Buñuel,  al que se le iba a conceder, el viernes 7 en Madrid, la Orden de las Letras y las Artes.
Prometió volver a la radio esta semana, para contarnos pormenores de la investidura.
No sé por qué, intuyo que es de las pocas promesas que ha incumplido en su corta e intensa vida.



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11 octubre, 2011

Gente buena

El Ave atraviesa a toda velocidad la Mancha y se adentra en Andalucía, atravesando montañas cuajadas de encinas, alcornoques y olivos.
La Estación de Antequera-Santa Ana, se encuentra en medio del campo, como una estación fantasma, en la que te sorprende encontrar seres vivos que se mueven apresuradamente detrás de los grandes ventanales que miran al campo.
El trayecto desde la estación, hasta Archidona, el bello pueblo malagueño a los pies de la Sierra de Gracia, es apenas de 20 minutos, y en él se celebra esta semana  la VIII Muestra de cine andaluz y del Mediterráneo, en la que he tenido el honor y el placer de asistir como jurado del Concurso de guiones de cortometrajes.






El Hotel Escuela Santo Domingo se debe a la reforma de más antiguo convento archidonés que fue fundado y dotado por el conde de Ureña en 1531. Su estructura se organiza en torno a un patio central cuadrado, con la iglesia adosada a un lateral. De sobria portada y austera espadaña, tan del gusto de la orden dominica, levanta su imponente fisonomía sobre el caserío colindante, dominando el paisaje de la vega a sus pies. 


Situada en el casco histórico de Archidona, la Plaza Ochavada, es uno de los conjuntos monumentales más interesantes de la provincia tanto por su estilo como por su forma. De hecho, representa una de las joyas barrocas andaluzas del XVIII, al combinar la tradición mudéjar con rasgos típicamente franceses. Fue construida en 1786 por Antonio González Sevillano y Francisco Astorga Frías, quienes diseñaron su peculiar forma octogonal, que ha servido para darle su actual nombre. A través de varias bocanas es accesible desde varios puntos del núcleo urbano,por lo que es desde su construcción el centro neurálgico de la villa. Este gran patio andaluz, donde se conjugan el ladrillo rojo, el blanco de la cal y el verde de las persianas, es una plaza viva y dinámica, ya que allí se celebran los principales eventos del municipio.


Tres veces he visitado Archidona por motivos distintos, y las tres veces he regresado de ella con unas sensaciones difíciles de definir que me han trastocado, en cierta forma, la mirada y mi forma de estar ante el mundo.
No sé que tiene esta villa. Si es el paisaje que la rodea, o las calles empinadas enmarcadas de casas blancas, sus conventos de piedra, las casas señoriales, las pequeñas placitas rodeadas de árboles y fuentes o la vista inabarcable del Paisaje desde la Ermita de la Virgen de Gracia, levantada en 1462 sobre una antigua mezquita de los siglos IX y X en lo alto de la Sierra...
No sé que extraño embrujo ejerce sobre mí, pero estoy casi segura que no son tanto las piedras, ni las calles, ni el Convento de las Mínimas que oculta a las dulces monjas que lo habitan tras el torno.
Estoy segura de que no es tampoco el bello paseo hasta la ermita, ni los blasones de sus casas señoriales, ni las plazas, ni el paisaje...

El embrujo proviene de la gente maravillosa que he tenido la oportunidad de conocer allí. Gente con una generosidad tan grande que no puedes recoger todo lo que te dan a manos llenas. Gente que, a pesar de muchas adversidades, cuentan sus historias sin amarguras, sin desesperación, sin rabia. Gentes llenas de ilusiones, de proyectos, de ganas de seguir aprendiendo y sorprendiéndose, de ternura y de abrazos para el cuerpo y el alma que derrochan con humanidad y sin pudor.
Como si tuvieran un secreto que muchos desconocemos, como si supieran que es lo que realmente importa y cuanto.

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07 octubre, 2011

Autorretrato



Del lápiz a la máquina de escribir, y de ahí
al ordenador, se me va la mitad del día.
Algún día todo eso sumará medio siglo.
Vivo en ciudades ajenas y a menudo converso
con gente ajena sobre asuntos que me son ajenos.
Escucho mucha música: Bach, Mahler, Chopin, Shostakovich.
En ella encuentro la fuerza, la debilidad y el dolor: tres elementos.
El cuarto carece de nombre.
Leo a poetas vivos y muertos, aprendo en ellos
tenacidad, fe y orgullo. Me esfuerzo en comprender
a los grandes filósofos –aunque casi nunca obtenga
más que jirones de sus valiosos pensamientos.
Me gusta dar largos paseos por las calles de París
y observar a los otros, movidos por la envidia,
la ira o el deseo; contemplar la moneda de plata
que va de mano en mano y poco a poco va perdiendo
su forma redonda, mientras se borra el perfil del emperador.
Junto a mí crecen árboles que no significan nada,
más allá de su verde perfección indiferente.
Aves negras sobrevuelan los campos
a la espera de algo, pacientes como viudas españolas.
Ya no soy joven, pero aún hay mucha gente mayor que yo.
Me gusta el sueño profundo, cuando dejo de estar,
andar en bicicleta por caminos rurales, cuando álamos y casas
se diluyen como nubes con el buen tiempo.
A veces un cuadro en un museo me dice algo
y la ironía se esfuma de pronto.
Adoro contemplar el rostro de mi mujer.
Todos los domingos llamo a mi padre.
Cada quince días me reúno con mis amigos:
es nuestra forma de sernos fieles.
Mi país se liberó de un mal. Quisiera
que le quedase aún derecho a otra liberación.
¿Puedo hacer yo algo por ello? No lo sé.
No soy hijo de la mar,
como de sí mismo dijo Antonio Machado,
sino del aire, la menta y el violonchelo,
y no todos los caminos del alto mundo
se cruzan con los senderos de la vida
que me pertenece todavía.

                  Adam Zagajewski
                  Fotografía: Geoffroy Mathieu

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06 octubre, 2011

Miércoles de cine: Somewhere


“Somewhere” es una historia intimista que transcurre hoy en día en Los Ángeles. Johnny Marco es un actor de primera línea con perfil de chico malo, que tropieza por una vida llena de excesos. Vive en el legendario hotel Chateau Marmont de Hollywood, se pasea en su Ferrari y sus días son una neblina de alcohol, mujeres y fans. Arropado en esta celebridad inducida por un mundo artificial, Johnny ha perdido todo sentido de su verdadero ser. Hasta que un día, su hija de 11 años, Cleo, fruto de su fracasado matrimonio, se presenta en el hotel inesperadamente y comienza a ser su ancla con la realidad. Sus encuentros hacen que se enfrente a la cuestión de dónde se encuentra en su vida y a la pregunta que todos debemos afrontar: ¿qué camino tomarás en ella?

Coppola vuelve a la soledad y el encierro a través de una semántica mínima, de cámara cuya principal novedad aquí es la de apostar por un feísmo como contrapunto al colorismo casi kitsch de su anterior trabajo. Y en el cambio hay una postura implícita: retratar con frialdad, disimulado desagrado el cosmos hollywoodiense y sus tediosas rutinas. También, una simplificación igual de tediosa y de rutinaria: el reduccionismo del retrato de la industria a una rueda de prensa de sonrojantes preguntas, al vagabundeo hotelero de un actor erosionado por sus propios excesos y angustiado ante la perspectiva repentina de una existencia en el abismo de una inmensa nada.

La película se encuentra reducida prácticamente a dos personajes y todo el peso recae en el actor Stephen Dorff, quien está prácticamente presente en cada plano del filme. Los paralelismos entre su personaje y la carrera real del intérprete son evidentes y aunque su presencia no es memorable, sí es un recordatorio de que es un actor muchas veces infravalorado. 


“Somewhere” es también la película que ha permitido descubrir definitivamente a Elle Fanning, hermana pequeña de la joven actriz Dakota Fanning y que hace un papel admirable con sus 12 años.



Resaltar también la Banda sonora original de la película que, como ocurre habitualmente con Sofía Coppola, es un auténtico placer

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02 octubre, 2011

El poeta de los espacios

Juan Muñoz (Madrid, 1953-2001), contaba historias con sus esculturas. 
Era un narrador, un poeta, capaz de crear espacios llenos de conversaciones y silencios, de palabras susurradas, de interrogaciones, admiraciones y puntos suspensivos.
Tuvo poderosos detractores, sobre todo en este país, y numerosos admiradores, sobre todo fuera de este país.



Era amigo de John Berger, con el que realizó proyectos como la dramatización Will it be a Likeness?, una obra ejecutada delante de un público, con texto de   Berger e imagen y escenografía de Juan Muñoz.

También del actor John Malkovich y del compositor Alberto Iglesias, con los que realizó una obra basada en una patente legal norteamericana con motivo de la clausura de la instalación de Juan Muñoz "Double Bind" en la espaciosa Sala de las Turbinas de la Tate Gallery (Londres), que llevaba por nombre: "A Registered Patent: A Drummer Inside a Rotating Box"

Los personajes de las esculturas de Juan Muñoz eran figuras enigmáticas, impregnadas de presencia y ausencia, reflejando la pasión que el autor sentía por los juegos de apariciones y desapariciones. "Para mí, lo que ves no es lo que parece", dijo en una entrevista. 


Aunaba en sus obras juego y peligro. "Buscaba efectos que golpearan el estómago", dice su mujer, también escultora, Cristina Iglesias.



Sus esculturas están realizadas en bronce, terracota o resina y dan forma a un mundo de personajes inquietantes: enanos, ventrílocuos, grupos de hombres que parecen conversar entre ellos, trampantojos, espejos en los que las figuran se multiplican, escenarios teatrales vacíos,  objetos musicales, pasamanos y cuchillos.






Nada en la obra de Juan Muñoz está exento de poesía o narrativa, nada te deja indiferente.
Recuerdo la exposición de él que tuve la suerte de ver en el Guggenhein de Bilbao y las sensaciones que me produjeron sus obras expuestas en las distintas salas del bello museo. Estuve allí muchas horas, incapaz de abandonar ese universo que me rodeaba, incapaz de volver al mundo real, fascinada por su estilo narrativo, por la armonía de sus composiciones y por aquellos personajes, a veces misteriosos, a veces amables, que parecían querer contarnos, cada uno, su propia historia.


Juan Muñoz es uno de los escasos artistas contemporáneos españoles que ha logrado el reconocimiento internacional y cuya obra figura en los museos más importantes del mundo. Su trayectoria quedó truncada en 2001, debido a una muerte fulminante a los 48 años.
10 años ya de su desaparición. ¡Qué pena! ¡Con todo lo que podía, todavía, habernos regalado!

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