12 febrero, 2019

Nueve

fotografía: Léonard Misonne

EL DÍA DE TU SANTO
Jairo Aníbal Niño

El día de tu santo
te hicieron regalos muy valiosos:
un perfume extranjero, una sortija,
un lapicero de oro, unos patines,
unos tenis Nike y una bicicleta.
Yo solamente te pude traer,
En una caja antigua de color rapé,
un montón de semillas de naranjo,
de pino, de cedro, de araucaria,
de bellísima, de caobo y de amarillo.
Esas semillas son pacientes
y esperan su lugar y su tiempo.
Yo no tenía dinero para comprarte algo lujoso.
Yo simplemente quise regalarte un bosque.



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06 febrero, 2019

Ocho

Fotografía: Dmitry Baltermants

Cada día visitaba la casa.
Las palabras dispuestas,
la estancia en la penumbra
de las horas más cómplices,
ambos sentados en el corazón de la noche
desvelando al unísono
la dudosa frontera de la luz y la sombra.
Fuera, el verano encendía la isla.
Los ecos llegaban apagados y oscuros
como nos llega aquello que sabemos cercano
y, además, conocemos.
Leíamos de nuevo -renovando aquel rito-
la vida imaginada que enfrentábamos juntos,
la común experiencia: nuestros viejos deseos,
las lecturas amadas, los paisajes que fueron
nuestra propia mirada,
lo que perteneciéndonos era revés y causa,
el final y el principio.
Vivir era más fácil parecía sencillo.
Nos bastaba sentir nuestra voz encendida
y la muda presencia de las altas estrellas.
Al alba, de regreso, cada cual conservaba 
la secreta esperanza de iniciar nuevamente
el texto abandonado, el libro perseguido,
por siempre inalcanzable.

ÁLVARO VALVERDE
De "Una oculta razón" 1991

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31 enero, 2019

Siete

Fotografía: Andrew Kaiser

CONSUELO
(René Char)

Por las calles de la ciudad va mi amor. Poco importa
a dónde vaya en este tiempo roto. Ya no es mi amor:
el que quiera puede hablarle. Ya no se acuerda: ¿quién en
verdad le amó?
Mi amor busca su semejanza en la promesa de las
miradas. El espacio que recorre es mi fidelidad. Dibuja
la esperanza y enseguida la desprecia. Prevalece sin
tomar parte en ello.
Vivo en el fondo de él como un resto de felicidad.
Sin saberlo él, mi soledad es su tesoro. Es el gran meridiano
donde se inscribe su vuelo, mi libertad lo vacía.
Por las calles de la ciudad va mi amor. Poco importa
a dónde vaya en este tiempo roto. Ya no es mi
amor: el que quiera puede hablarle. Ya no se acuerda:
¿quién en verdad le amó y le ilumina de lejos para que
no caiga.

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28 enero, 2019

Seis

Fotografía: Bernard Plossu

DICHA
(Daiana Henderson)

Sigo encontrando cierta dicha
en ir en bicicleta hasta tu casa.
Remar no se trata de llegar a la isla,
es disfrutar el trayecto
–dijo Ricardo cuando nos enseñó.
Cada desplazamiento tiene su clave sensitiva.
Bajo los cambios para subir.
Después,
apoyo el peso del cuerpo en los pedales
y me dejo caer en picada.
Se entretejen nudos en los pelos
cuando se ponen a flamear hacia atrás.
Las construcciones van perdiendo altura,
una estela de humo atraviesa el cielo,
dibujada con la punta de una fábrica.
Aterrizo en la entrada de tu casa. Las cosas
andan bastante mal ahí adentro
o en cualquier otro reducto
que tengamos que compartir.
Puedo aceptar que ya no nos queremos como antes,
pero si insisto, es porque la distancia
fabricada entre nosotros
es tan hermosa y delicada
como ningún otro trayecto
que conozca hasta ahora.
(Del libro “Un foquito en medio del campo”, Editorial Municipal de Rosario, 2013)

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27 enero, 2019

Tres

(Fotografía: Sally Mann)

DEBO MUCHO
(Wislawa Szymborska)

Debo mucho
a quienes no amo.

El alivio con que acepto
que son más queridos por otro.

La alegría de no ser yo
el lobo de sus ovejas.

Estoy en paz con ellos
y en libertad con ellos,
y eso el amor ni puede darlo
ni sabe tomarlo.

No los espero
en un ir y venir de la ventana a la puerta.
Paciente
casi como un reloj de sol
entiendo
lo que el amor no entiende;
perdono
lo que el amor jamás perdonaría.

Desde el encuentro hasta la carta
no pasa una eternidad,
sino simplemente unos días o semanas.

Los viajes con ellos siempre son un éxito,
los conciertos son escuchados,
las catedrales visitadas,
los paisajes nítidos.

Y cuando nos separan
lejanos países
son países
bien conocidos en los mapas.

Es gracias a ellos
que yo vivo en tres dimensiones,
en un espacio no-lírico y no-retórico,
con un horizonte real por lo móvil.

Ni siquiera imaginan
cuánto hay en sus manos vacías.

“No les debo nada”,
diría el amor
sobre este tema abierto.

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25 enero, 2019

Cinco

Fotografía: Herbert List

BALADA DE LO QUE NO VUELVE
(Vicente Huidobro)

Venía hacia mí por la sonrisa
Por el camino de su gracia
Y cambiaba las horas del día
El cielo de la noche se convertía en el cielo del amanecer
El mar era un árbol frondoso lleno de pájaros
Las flores daban campanadas de alegría
Y mi corazón se ponía a perfumar de alegría.
Van andando los días a lo largo del año
En dónde estás?
Me crece la mirada
Se me alargan las manos
En vano la soledad abre sus puertas
Y el silencio se llena de tus pasos de antaño
Me crece el corazón
Se me alargan los ojos
Y quisiera pedir otros ojos
Para ponerlos allí donde terminan los míos
¿En dónde estás ahora?
¿Qué sitio del mundo se está haciendo tibio con tu presencia?
Me crece el corazón como una esponja
O como esos corales que van a formar islas
Es inútil mirar los astros
O interrogar las piedras encanecidas
Es inútil mirar ese árbol que te dijo adiós el último
Y te saludará el primero a tu regreso
Eres sustancia de lejanía
Y no hay remedio
Andan los días en tu busca
A qué seguir por todas partes la huella de sus pasos
El tiempo canta dulcemente
Mientras la herida cierra los párpados para dormirse
Me crece el corazón
Hasta romper sus horizontes
Hasta saltar por encima de los árboles
Y estrellarse en el cielo
La noche sabe qué corazón tiene más amargura
Sigo las flores y me pierdo en el tiempo
De soledad en soledad
Sigo las olas y me pierdo en la noche
De soledad en soledad
Tú has escondido la luz en alguna parte
¿En dónde?
¿En dónde?
Andan los días en tu busca
Los días llagados coronados de espinas
Se caen se levantan
Y van goteando sangre
Te buscan los caminos de la tierra
De soledad en soledad
Me crece terriblemente el corazón
Nada vuelve
Todo es otra cosa
Nada vuelve nada vuelve
Se van las flores y las hierbas
El perfume apenas llega como una campanada de otra provincia

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19 enero, 2019

Diez

Fotografía: Piergiorgio Branzi 

EPITAFIO
Juan Gelman

Un pájaro vivía en mí.
Una flor viajaba en mi sangre.
Mi corazón era un violín.

Quise o no quise. Pero a veces
me quisieron. También a mí
me alegraban: la primavera,
las manos juntas, lo feliz.

¡Digo que el hombre debe serlo!

(Aquí yace un pájaro.
Una flor.
Un violín).

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17 enero, 2019

Uno

Cuanto puedas

(Constantino Kavafis)

Si imposible es hacer tu vida como quieres,
por lo menos esfuérzate
cuanto puedas en esto: no la envilezcas nunca
en contacto excesivo con el mundo,
con una excesiva frivolidad.

No la envilezcas
en el tráfago inútil
o en el necio vacío
de la estupidez cotidiana,
y al cabo te resulte un huésped inoportuno.




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16 enero, 2019

Cuatro

Fotografía: Marcin Ryczek


MAYO
(Kirmen Uribe)

Déjame mirarte a los ojos.
Quiero saber cómo estás.
Rainer W. Fassbinder

Mira, ha entrado mayo,
Ha extendido su párpado azul sobre el puerto.
Ven, hace tiempo que no sé de ti,
Se te ve tembloroso, como esos gatitos que ahogamos siendo niños.
Ven, y hablaremos de las cosas de siempre,
Del valor que tiene ser amable,
De la necesidad de arreglárselas con las dudas,
De cómo llenar los huecos que tenemos dentro.
Ven, siente en tu rostro la mañana,
Cuando estamos tristes, todo nos parece oscuro;
Cuando estamos fuertes, el mundo se desmigaja.
Cada uno de nosotros guarda algo desconocido de las vidas ajenas,
Sea un secreto, un error o un gesto.
Ven y pondremos verdes a los vencedores,
Saltaremos desde el puente riéndonos de nosotros mismos.
Contemplaremos en silencio las grúas del puerto,
Porque estar juntos en silencio es
La mejor prueba de la amistad.
Vente conmigo, quiero cambiar de país,
Dejar este cuerpo mío a un lado
Y meterme contigo en una concha,
Con nuestra pequeñez, como los bígaros.
Ven, te espero,
Continuaremos la historia interrumpida hace un año,
Como si no tuvieran un círculo más
los abedules blancos de la ribera.

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19 octubre, 2017

El viaje

Desde la infinita pena, desde la enorme tristeza, desde el corazón roto y el alma apretada, desde la decepción, la desilusión, la inmensa soledad... Este poema de Mary Olivier.


El viaje

Un día por fin supiste
lo que tenías que hacer, y lo empezaste,
aunque a tu alrededor algunas voces
insistían en gritar
malos consejos…
aunque toda la casa
se puso a temblar
y sentiste el viejo tirón
en los tobillos.
“¡Arréglame la vida!”,
gritaba cada una de las voces.
Pero no te detuviste.
Sabías lo que tenías que hacer,
aunque el viento husmeara
con sus dedos rígidos
hasta en los cimientos,
aunque su melancolía
fuese tremenda.
Ya era bastante tarde
y era una noche espantosa
y la carretera estaba llena
de ramas y piedras caídas.
Pero poco a poco,
a medida que dejabas atrás sus voces,
las estrellas comenzaron a arder
a través de las láminas de nubes,
y se oyó una voz nueva
que lentamente
reconociste como tuya,
que te hacía compañía
mientras a zancadas
penetrabas cada vez más en el mundo,
con la decisión de hacer
lo único que podías hacer…
la decisión de salvar
la única vida que podías salvar.


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08 junio, 2017

Autorretrato

Porque el poeta y prosista polaco Adam Zagajewski ha sido distinguido con el Premio Princesa de Asturias de las Letras 2017 y yo vivo con este autorretrato a cuestas...



Autorretrato

Entre ordenador, lápiz y máquina de escribir
se me pasa la mitad del día. Algún día se convertirá en medio siglo.
Vivo en ciudades ajenas y a veces converso
con gente ajena sobre cosas que me son ajenas. 
Escucho mucha música: Bach, Mahler, Chopin, Shostakovich.
En la música encuentro la fuerza, la debilidad y el dolor, los tres elementos.
El cuarto no tiene nombre.
Leo a poetas vivos y muertos, aprendo de ellos
tenacidad, fe y orgullo. Intento comprender
a los grandes filósofos -la mayoría de las veces consigo
captar tan sólo jirones de sus valiosos pensamientos.
Me gusta dar largos paseos por las calles de París
y mirar a mis prójimos, animados por la envidia,
la ira o el deseo; observar la moneda de plata
que pasa de mano en mano y lentamente pierde
su forma redonda (se borra el perfil del emperador).
A mi lado crecen árboles que no expresan nada,
salvo su verde perfección indiferente.
Aves negras caminan por los campos
siempre esperando algo, pacientes como viudas españolas.
Ya no soy joven, mas sigue habiendo gente mayor que yo.
Me gusta el sueño profundo, cuando no estoy,
y correr en bici por caminos rurales, cuando álamos y casas
se difuminan como nubes con el buen tiempo.
A veces me dicen algo los cuadros en los museos
y la ironía se esfuma de repente.
Me encanta contemplar el rostro de mi mujer.
Cada semana, el domingo, llamo a mi padre.
Cada dos semanas me reúno con mis amigos,
de esta forma seguimos siendo fieles.
Mi país se liberó de un mal. Quisiera
que le siguiera aún otra liberación.
¿Puedo aportar algo para ello? No lo sé.
No soy hijo de la mar,
como escribió sobre sí mismo Antonio Machado,
sino del aire, la menta y el violonchelo,
y no todos los caminos del alto mundo
se cruzan con los senderos de la vida que, de momento,
a mí me pertenece.

Versión de Elzbieta Bortkiewicz

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31 mayo, 2017


Alguna vez recuerdo ciertas noches de junio, cuando el mes amanecía espléndido entre montañas, viejos dinosaurios azules tendidos al sol inmenso de los ya largos días de pájaros y noches de luna llena.
Alguna vez recuerdo una casa sobre un río que acompañaba las noches estrelladas con su música de siglos y su fluir acompasado y monótono.
Recuerdo también, en aquellos días, el paseo hasta una fuente inundado de olores y colores que iban y venían del monte hasta mis manos.
Y las flores siemprevivas sobre el viejo hule de cuadros desvaídos. Y las contraventanas azules entreabiertas por las que entraba el frío de la mañana hasta que el sol inundaba de luz y calor los campos y los huertos.
Eran pocos días -tan intensos- en los que el mundo parecía detenerse y la muerte se alejaba prometiéndote la vida eterna y el amor eterno.
Recuerdo las calles empedradas y la vieja tasca ruidosa en la que servían vino áspero y amargo como las lágrimas que resbalaban frecuentemente hasta mis labios. Recuerdo también el sabor de aquellas lágrimas llenas de emociones encontradas, que iban del dolor a la alegría cayendo, gota a gota, por el pequeño puente sobre el regato que cruzaba las calles de aquel pueblo blanco y bullicioso.
Los altares de flores en la plaza, dos sillas vulgares bajo un rosal,  que se convertían en pequeños tronos para el amor bajo la oscuridad de la noche, apenas iluminada por la luna y por estrellas fugaces, pequeñas estrellas que contábamos al recogerlas con nuestras manos entrelazadas incapaces de sujetar toda la fuerza de nuestro corazón, que se escapaba entre los dedos.
Recuerdo bien ciertas noches, ciertos días de junio. El instante del regreso al paraíso y luego la partida, con las manos al viento, intentando sujetar las horas, con el corazón en la garganta a punto de salirse a borbotones por la estrecha carretera y derramarse sobre las vides que nos acompañaban en el camino de la huida.


Noches del mes de junio
(Jaime Gil de Biedma)



Alguna vez recuerdo
ciertas noches de junio de aquel año,
casi borrosas, de mi adolescencia
(era en mil novecientos me parece
cuarenta y nueve)
porque en ese mes
sentía siempre una inquietud, una angustia pequeña
lo mismo que el calor que empezaba,
nada más
que la especial sonoridad del aire
y una disposición vagamente afectiva.
Eran las noches incurables
y la calentura.
Las altas horas de estudiante solo
y el libro intempestivo
junto al balcón abierto de par en par (la calle
recién regada desaparecía
abajo, entre el follaje iluminado)
sin un alma que llevar a la boca.
Cuántas veces me acuerdo
de vosotras, lejanas
noches del mes de junio, cuántas veces
me saltaron las lágrimas, las lágrimas
por ser más que un hombre, cuánto quise
morir
o soñé con venderme al diablo,
que nunca me escuchó.
Pero también
la vida nos sujeta porque precisamente
no es como la esperábamos.


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18 enero, 2017

Fotografía: Morello Pietro 


ACEPTACIÓN
F. Brines

Saliste a la terraza
pensando que la brisa de la noche
podría devolverte al que eres siempre.
Mas la tibieza que en tu cuarto había
era un ámbito ,allí, bajo la calma
de alejadas estrellas.
Olvidar pretendías unas horas
todavía recientes, la penumbra
que acercaba el latido de los dos,
y tus palabras qué serenas eran
como si a nadie las dijeses. Viste
la emoción de su rostro, su contorno
quemarse de belleza;
y esas mismas palabras te llenaban
de dolor y de sombra.
De nada te sirvió, cuando quedaste
solo, cegar la luz,
hacer brotar desde un rincón la música,
fortalecer tu fe con su joven pureza.
Sobre tu frente se rompían olas
gigantes: el calor
detenido del día,
el naufragio de un hombre que entregaba
la pasión de su vida en el espectro
doliente de la música (aún
como si la esperanza le alentase),
y te ardía el espíritu
porque sentías declinar tu vida.
Para ser el que fuiste
sales a la terraza, para ver
si un frío súbito derriba pronto
la plenitud del corazón. Tocas
el aire oscuro con los labios, oyes
los gritos fatigados de la calle,
la luminosa altura te estremece.
El tiempo va pasando, no retorna
nada de lo vivido;
el dolor, la alegría, se confunden
con la débil memoria,
después en el olvido son cegados.
y al dolor agradeces
que se desborde de tu frágil pecho
la firme aceptación de la existencia.



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17 enero, 2017

Mi último amor



"Mi último amor’
Mi último amor, bien pudiera ser,
me ha dejado (a tal altura),
difícil de conquistar
y fácil de defender.


Gloria Fuertes
(En ‘Historia de Gloria’, Editorial Cátedra)

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13 octubre, 2015

Lo que pasa

Fotografía: Vladimir Kutchinski

Pasas camuflado con el viento del otoño.
Un recuerdo fugaz, un pensamiento triste.
Y después nada. Sólo el olvido.



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07 octubre, 2015

Ya no

Fot. Michael Papendieck

Ya no será
ya no
no viviremos juntos
no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa
no te tendré de noche
no te besaré al irme
nunca sabrás quién fui
por qué me amaron otros.

No llegaré a saber
por qué ni cómo nunca
ni si era de verdad
lo que dijiste que era
ni quién fuiste
ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido
vivir juntos
querernos
esperarnos
estar.

Ya no soy más que yo
para siempre y tú
ya
no serás para mí
más que tú. Ya no estás
en un día futuro
no sabré dónde vives
con quién
ni si te acuerdas.
No me abrazarás nunca
como esa noche
nunca.

No volveré a tocarte.

No te veré morir.

(Idea Vilariño)

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28 septiembre, 2015

Tardes

Fotografía: Donna Irene

Y ahora que, a pesar del engañoso y persistente calor, ya es otoño, cuando las tardes se acortan y crecen las noches, cuando todo alrededor se muestra desolado y confuso, permanezco largo tiempo en los campos de viñas, mirando ponerse el sol en el horizonte -siempre por Portugal- mientras los insectos revolotean a mi alrededor y el aire se llena de pájaros que regresan a algún lugar verde y frondoso para dormir.
Ahora, que he perdido la mirada azul y hundo mis manos en los grandes terrones de la tierra oscura de las viejas cepas, sin más compañía que el silencio y mis pensamientos, obstinados en seguirme allá donde vaya.
Me tumbo en el suelo esperando a las estrellas, para después volver a casa y ser la que esperan, la que siempre soy para no alterar el ciclo de la vida, la que se espera que sea para que nada cambie. Sabiendo yo que nadie vuelve nunca, de una tarde así, siendo la misma.

Las tardes

Ya casi no recuerdo las mañanas,
su tiempo azul y claro,
lejos quedan, perdidas en colegios
o en piscinas extrañas e indolentes.

Porque sentimos duro el despertar
retrasamos ahora 
la luz que nos fatiga los despegados ojos.
Y es un destino oscuro el de las tardes,
en ellas aprendí que llegará la noche,
y que es inútil
cualquier esfuerzo por burlar la historia
equivocada y triste de los años.
He vivido en la espera absurda de la vida,
cuando he gozado 
ha sido con reservas; amé creyendo en el amor
que habría luego de venir, y que faltó a la cita,
y renuncié al placer por la promesa 
de una dicha más alta en el futuro incierto.

Pero los días, al pasar, no son
el generoso rey que cumple su palabra,
sino el ladrón taimado que nos miente.
Con su certeza
nos convierte la edad en más mezquinos,
nos enseña a amar lo que nos duele,
las cosas más pequeñas, aquello que ahora somos
y tenemos: la música suave, nuestros cuerpos,
el calor de la estancia y el cansancio.
Buscamos la derrota de las tardes, su tregua
en la exigencia vana de una gloria
que ya no nos seduce. Nos convierte
la edad en más obscenos, y aceptamos
cualquier regalo aunque parezca pobre:
esa boca gastada por el uso, tan dulce aún,
el fuego antiguo y leve de la carne,
los viejos libros, los amigos justos,
un poema mediocre, pero nuestro, 
y la costumbre extraña 
de ser al fin felices en la sombra. 

Es un destino oscuro el de las tardes,
pero también hermoso
y breve como el paso de los hombres.

(Vicente Gallego)

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16 noviembre, 2014

Dicha

Robert Doisneau


DICHA

Sigo encontrando cierta dicha
en ir en bicicleta hasta tu casa.
Remar no se trata de llegar a la isla,
es disfrutar el trayecto
–dijo Ricardo cuando nos enseñó.
Cada desplazamiento tiene su clave sensitiva.
Bajo los cambios para subir.
Después,
apoyo el peso del cuerpo en los pedales
y me dejo caer en picada.
Se entretejen nudos en los pelos
cuando se ponen a flamear hacia atrás.
Las construcciones van perdiendo altura,
una estela de humo atraviesa el cielo,
dibujada con la punta de una fábrica.
Aterrizo en la entrada de tu casa. Las cosas
andan bastante mal ahí adentro
o en cualquier otro reducto
que tengamos que compartir.
Puedo aceptar que ya no nos queremos como antes,
pero si insisto, es porque la distancia
fabricada entre nosotros
es tan hermosa y delicada
como ningún otro trayecto
que conozca hasta ahora.

Daiana Henderson 
Del libro “Un foquito en medio del campo”
Editorial Municipal de Rosario, 2013

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18 septiembre, 2014

En tierra de nadie




No escribo nada últimamente. 

Me siento como si estuviera perdida en tierra de nadie sin caminos que seguir, sin nada en lo que creer.

Son tiempos extraños en los que el viento cambia a menudo.

Si levanto una pared hacia el oeste, el viento sopla del norte, y si me protejo del viento del este, de repente vira al sur.

Son días de blanco y verde, de miedos agazapados tras las horas cotidianas, de no hacer planes de futuro más allá de mañana, aquí y ahora.

Cualquier decisión que tomo parece no ser la correcta, cuando ayudo a alguien me equivoco, se abren abismos donde yo construía puentes, algunas personas que me rodean me descubren facetas desconocidas antes para mí que las convierte en extrañas.

Me desaparecen objetos cotidianos, reacciones cotidianas, incluso amigos cotidianos que se van sin despedirse.

No hay tiempo para la nostalgia, que ha dejado paso a cierta incredulidad, algo de escepticismo y mucha desgana.

Me doy cuenta que he empezado a domar mis emociones, a medir mis ilusiones, a apaciguar mis pasiones. Me doy cuenta del derroche de todos estos años, un derroche que ahora me pasa factura y me exige ahorrar y medir gastos.

Empiezo a ser consciente de la inutilidad de tantas cosas, de las pérdidas, de las malas inversiones. No me salen las cuentas en el "debe" y el "haber" y esto, que antes nunca me había importado, ahora se resuelve mal dentro de mí.

Estoy cansada, sí. De tantas cosas. También de mí.

Busco una poesía que resuma este estado de ánimo exiliado y gris en el que me siento y encuentro una que transcribí aquí el 18 de septiembre de 2005. Justamente un día como hoy de hace 9 años.
¿Tendrá la culpa septiembre?

DIA GRIS

Cristina Peri Rossi (EN: Aquella noche. Ed. Lumen)


Días en que parece que todo el mundo estuviera contra ti. 

El casero te desahucia
tienes fiebre
te duelen los huesos
nadie te llama por teléfono
Has perdido el último trabajo
y la Compañía del Gas te reclama un consumo inexistente.
Envejeces,
un auto casi te atropella por la calle
y extraviaste el monedero.
Aún así,
eres demasiado insignificante
como para que todo el mundo conspire contra ti.
¿Será que el día está nublado?

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31 marzo, 2014

Poema para el último día de Marzo

Fotografía: Sally Mann

FOTOGRAFIA DIGITAL
Zhivka Baltadhieva


Sentada en un banco en la sombra,


en la plaza empedrada de la iglesia de San Demetrio,

en Sliven, mi сiudad, mi paisaje genético,

siento el sol y el aguacero

de lo que ya ha pasado, de lo que pasará.

Aunque nunca pudo ser pronunciado mi amor,

y tampoco mi amargura,

las nubes, los árboles, las blancas paredes de las casas

de antaño,

los nuevos edificios de cristal y plásticos inteligentes,

las pequeñas flores que burlan el pavimento,

los sobresaltados pájaros del horizonte,

los transeúntes y los ausentes

silabean su fervor sin darse cuenta.

Solo que la piel de la vida y de la muerte se eriza.

Y entonces, el aire sopla levemente


y apacigua el paisaje.

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