28 febrero, 2011

Cansancio


A veces una se siente invadida por un infinito cansancio.

Cansancio de las noticias con las que te despierta la radio, en las que parece no haber esperanzas de construir un mundo mejor.
Cansancio de promesas y corrupciones, de estar gobernados por seres ignorantes, egoístas y absurdos. Personas con tal ansia de poder que no ven más allá de sus narices y a los que preocupa poco el futuro de los seres que habitamos este planeta, tan cansado también, a veces.

Cansancio de lo vivido y sentido, de las ilusiones que se fueron quedando en el camino, de las promesas que nunca se cumplieron, de la luna creciendo y decreciendo, incansable, en el devenir de los días, del invierno largo, de la primavera perezosa, del cortísimo verano y del ya,casi, inexistente otoño.

Cansancio de las apuestas que hicimos, de las cosas y las gentes en las que creímos, de lo que entregamos con tanta ilusión y tantas fuerzas y que con el tiempo se nos antoja tan perecedero e inútil.
También cansada de las palabras, de las pasiones en las que pusimos la vida, de los asaltos a traición de los recuerdos y de las persistentes y engañosas nostalgias.

Cansada de afrontar cada día un trabajo en el que cada vez te sientes más extraña, de acometer proyectos en los que cada vez te sientes más sola, de seguir luchando por lo que antes te parecía que merecía toda tu lucha y que cada vez se aleja más de tus principios.

A veces una siente que ha dejado de ser la que era. Que el tiempo y el desengaño, que las frustraciones y el dolor, y las pérdidas y las nieblas te han obligado a pasar a través del espejo y que has perdido el reflejo y la esencia en los que te mirabas y reconocías.

Son esos días en los que casi nada puede consolarte. 
Pero eso sucede -espero-sólo a veces.

 

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26 febrero, 2011

Flores

Me encantan las flores.


Cuando era pequeña solía cogerlas en cada paseo: flores silvestres, flores de temporada que iban cambiando con las estaciones, que llegaban, a veces, a su destino marchitas y tristes, sin poder soportar la presión de mi pequeña mano apretándolas con fuerza por temor a perderlas.
De aquella época recuerdo especialmente los narcisos amarillos -que nosotras llamábamos "junquitos"- que crecían junto al pozo entre los eucaliptos. Las azucenas blancas del porche, con sus pistilos amarillos con los que nos gustaba "decorarnos" las manos. Las margaritas silvestres con cuyos pétalos jugábamos al "me quiere, no me quiere", a veces haciendo trampas. Las rojas amapolas entre los trigos amarillos, que sólo duraban unos segundos después de cortadas. El pan y quesillo, que comíamos como si fuera una golosina, a pesar de su amargo sabor. Las dulces malvas, la flor amarilla del hinojo, la manzanilla y el romero florecido -con los que mi madre preparaba infusiones medicinales- y la violeta -que siempre me parecía una flor de cuento y con la que siempre asocié el calificativo "humilde".





Más tarde, ya de mayor, las flores han seguido marcando mi vida. 
Siempre he tenido flores frescas en casa.
He sembrado flores en el jardín, o 
he regalado flores especiales a alguien importante para mí.
Nunca me ha gustado regalar flores para un entierro, ni el día de San Valentín.
Alguna vez he comido flores.
Alguna vez he guardado flores, ya secas, en una cajita de madera.
He cortado, alguna vez, alguna rosa -prohibida- en un parque, o edelweis -prohibido- en los Alpes suizos.

Durante un tiempo, tuve flores en mi mesa de trabajo, en un pequeño jarrón de cristal, que cambiaban el paisaje laboral y frío de mi mesa y me llenaban el alma de sensaciones y olores.

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23 febrero, 2011

Leyendo...

La tía Mame
Patrick  Dennis
Editorial. El Acantilado

Un niño de diez años queda huérfano en la poco edificante América de mil novecientos veinte y es puesto bajo la potestad de una dama excéntrica, obsesionada por estar à la page, vital, caprichosa, seductora y adorable. Junto a ella, pasará los siguientes treinta años en una espiral incesante de fiestas, amores, aventuras y diversos golpes de fortuna. El lector, atónito, suspendido entre la fascinación de advertir muchos de los risibles tics de su propia época y la carcajada explosiva de quien se ve arrastrado hacia un vertiginoso torbellino, vivirá lo cómico en todos sus registros, «desde el dickensiano hasta el pastel lanzado a la cara» (en ajustadas palabras de Pietro Citati). Y todo ello por obra y gracia de una de las tías más inolvidables que haya concebido nunca un escritor moderno, cuyo perfume sentimos flotar en el aire, con las lágrimas presentes aún en nuestros ojos, mucho después de haber cerrado el libro.

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22 febrero, 2011

Nostalgia (reiterada) del sur


Vuelvo al Sur,
como se vuelve siempre al amor,
vuelvo a vos,
con mi deseo, con mi temor.

Llevo el Sur,
como un destino del corazon,
soy del Sur,
como los aires del bandoneon.

Sueño el Sur,
inmensa luna, cielo al reves,
busco el Sur,
el tiempo abierto, y su despues.

Quiero al Sur,
su buena gente, su dignidad,
siento el Sur,
como tu cuerpo en la intimidad.

Te quiero Sur,
Sur, te quiero.

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21 febrero, 2011

André Kertész


ANDRÉ KERTÉSZ. FOTOGRAFÍAS

Exposición en la fundación Carlos de Amberes
C/ Claudio Coello 99. Madrid
del 16 de febrero al 10 de abril



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14 febrero, 2011

Humo al atardecer

Después de haber olido el perfume dulzón de la muerte

después de tantos cuerpos y pasiones y sueños,

miro ahora, sobre la mesa, una copa vacía,

unos libros, papeles en desorden, viejas fotografías,

la luz del atardecer, apagándose en la ventana.

Como en un bodegón de Zurbarán

—la naturaleza muerta, la naturaleza eterna—,

me dejo vivir ya sin preguntas,

mientras el humo del cigarrillo dibuja

todos mis rostros: el que fui, el que soy,

el que seré, en el frágil y caprichoso tiempo.


Juan Luis Panero. Enigmas y despedidas. Tusquets editores

Imagen: "Mesa revuelta". Juan Manuel Besnés Irigoyen


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09 febrero, 2011

Media sonrisa

"La única diferencia entre un capricho y una pasión eterna es
que el capricho suele durar algo más."
Oscar Wilde

Fotografía: Japan. Yamanashi. Fujikyu Highland. 1998. © Chris Steele-Perkins/Magnum Photos

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05 febrero, 2011

Cosas simples


Uno se despide insensiblemente de pequeñas cosas,
Lo mismo que un árbol en tiempos de otoño muere por sus hojas.
Al fin la tristeza es la muerte lenta de las simples cosas,
Esas cosas simples que quedan doliendo en el corazón.

Uno vuelve siempre a los viejos sitios en que amó la vida,
Y entonces comprende como están de ausentes las cosas queridas.
Por eso muchacho no partas ahora soñando el regreso,
Que el amor es simple, y a las cosas simples las devora el tiempo.

Demorate aquí, en la luz mayor de este mediodía,
Donde encontrarás con el pan al sol la mesa servida.

Por eso muchacho no partas ahora soñando el regreso,
Que el amor es simple, y a las cosas simples las devora el tiempo.

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