21 abril, 2016

La medida de las cosas



Una se muere muchas veces. Tantas que a veces pierde la cuenta y cuando se vuelve a morir ya no sabe si va por la cien o la doscientas.

Y una renace tantas otras y vuelve a mirar un paisaje como si lo viera por primera vez o a escuchar una música como si nunca la hubiera escuchado o a disfrutar de un olor o de un sabor como si su olfato y su paladar fueran nuevecitos a estrenar.

Y entonces nos acostumbramos. A morir y a renacer, a hundirnos y a volar y empezamos a percibir que las dos cosas van unidas y que después de una tormenta sale el sol y detrás del invierno gris llega la primavera con su luz y sus colores brillantes.

Y cuando te acostumbras, la muerte duele menos y las alegrías son más serenas y menos definitivas y es también cuando aprendes que no hay amores eternos, que no hay amigos eternos, que no hay dolor ni sufrimiento eterno.

Y este aprender da un poco de pena porque dejas de sorprenderte y de entregarte por completo y le empiezas a conceder a las cosas su justa medida y enfrías las pasiones y pones las emociones en cuarentena porque sabes que no van a durar mucho y que, de un día para otro, pueden cambiar y ser otras emociones distintas.

Y a veces piensas que esto era hacerse mayor. Que cuando observabas la templanza de tu abuela o de tu madre, no es que ellas hubieran sido así siempre sino que un día se dieron cuenta de que morían muchas veces y volvían a renacer otras tantas y entonces se hicieron más sabias, más tranquilas y empezaron a conocer la medida de las cosas.

Yo ahora se lo digo a mis hijos, esto de la muerte y el renacer y lo de la templanza, pero ellos no me hacen caso porque todavía no es su tiempo y porque el día que ellos entiendan estas cosas será porque yo ya no estaré, o seré una abuelita templada y apacible a la que sus nietos mirarán diciendo algo así como -¡qué suerte ser así y no sufrir!-

Hace poco observé mucho rato a mi madre mientras leía en su sillón y pensé, por primera vez, en qué cumbres habría subido, que puentes habría cruzado, en cuántos abismos habría caído y cuantas emociones y sentimientos habría tenido, antes de ser la mujer serena a la que yo admiro y quiero parecerme.

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