31 julio, 2010

Mirando...



Para ver algo hay que mirar mucho.

Por eso hoy me he pasado el día mirando...





Un gato pasea por un jardín en el que antes había un perro haciendo un agujero en la tierra. El gato se mueve entre los árboles como un tigre en la selva. El gato es la última posibilidad que tiene el hombre (y la mujer) de acariciar a un tigre.

Una mujer barre las hojas de los árboles. Con infinita paciencia y exquisito cuidado, va limpiando su jardín. Hojas muertas, el ciclo de la vida. Me trae a la memoria la canción Les feuilles mortes, de Jacques Prévert, en la voz de Yves Montand. También otro jardín en Louvain la Neuve (Bélgica) y la señora que quitaba allí les feuilles mortes.

¿Cómo podremos vivir sin el mar?. Miro a través de él el horizonte. Todo es azul. El cielo, el mar, la luz, las montañas a lo lejos. Si los árboles fueran azules sería una Rahpsody in blue, como aquella de Gershwin.

Otro jardín. Milimétricamente ordenado. Buganvillas en la pared al lado de la puerta de entrada, un magnolio en una esquina, árboles variados en fila india, macetones de hortensias en línea recta al lado del camino... Sus habitantes lo riegan cada noche y cada mañana a la misma hora. No hay nada que rompa la armonía trazada con tiralíneas. Me pregunto si el interior de su casa será igual. Es más me pregunto cómo serán ellos interiormente.

Las mujeres hablamos más que los hombres. Al lado del mercado un grupo de mujeres charlan animadamente sin cesar. Tres hombres, cruzados de brazos, esperan pacientemente (al menos eso parece) que concluya la animada charla. Yo creo que a veces envidian esa capacidad de comunicación oral de las mujeres. Al menos eso me parece a mí.

Los niños y niñas juegan poniendo toda su alma, su corazón y sus sentidos en el juego. Admiro esa capacidad de concentración que, a medida que vamos haciéndonos mayores se va perdiendo, como si nos convirtiéramos en coladores por los que se nos escapa todo.

Ese mismo colador por el que se escapan todas mis miradas de hoy...



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30 julio, 2010

Pequeñas islas mágicas




En Cangas de Morrazo (Pontevedra) hay una pequeña librería infantil en el casco antiguo del pueblo. Su nombre es sugerente -El pozo de los tres deseos- e invita a entrar a curiosear en el pequeño espacio lleno de color.
A pesar de ser pequeña es un sitio acogedor y con una muy cuidada selección de los mejores libros y álbumes ilustrados para los más pequeños.
Además una sorpresa te aguarda más allá del espacio dedicado a los libros: una acogedora habitación, que da a un jardín y con un pozo (auténtico) en su interior.
Este espacio se aprovecha como lugar de encuentro, con talleres de plástica, cuentacuentos, encuentros con escritores y múltiples propuestas en torno a los libros que surgen del entusiasmo de la librera, una mujer encantadora que, nada más entrar, te ofrece pequeñas piedrecitas para tirar al pozo y pedir tres deseos como corresponde en el mágico mundo de los cuentos
Disfruté mucho mirando y conversando con ella y por supuesto tiré la piedra al pozo formulando mis 3 deseos (no tuve que pensar demasiado).
Se agradece encontrar estas pequeñas islas mágicas en medio de un mundo a veces tan revuelto.



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29 julio, 2010

Mar, gaviotas y campanas





Estas tres palabras resumen el paisaje que veo y escucho estos días.

Me gusta este lugar.
El sosiego, la gente, la gastronomía, los olores, los sabores, sus playas de arena blanca, los mercados con pescados que huelen a mar, el amanecer plateado y el atardecer dorado...

Y me prometo volver a Galicia, al menos, una vez al año.

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27 julio, 2010

Poquito a poco




Luna sobre Vigo

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26 julio, 2010

En mi maleta


Los restos del día

Kazuo Ishiguro
Ed. Anagrama

Nocturno
Kazuo Ishiguro
Ed. Anagrama

Mujeres de ojos grandes
Ángeles Mastretta
Seix Barral

Las aventuras de un libro vagabundo
Paul Desalmand
Destino

Bibliotecas llenas de fantasmas
Jacques Bonnet
Anagrama

Un grito de amor desde el centro del mundo
Kyoichi Katayama
Alfaguara

La geometría del amor
John Cheever
Emecé

Antologia de breve ficción
Rafael Pérez-Estrada
Berenice


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24 julio, 2010

Desesperanza


La vida es aquello que pasa mientras esperamos algo que nunca sucede.
(fotografía: Cornell Capa)


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22 julio, 2010

Caballero de fina estampa

Caetano Veloso me ha acompañado desde que tengo uso de razón musical.

Este caballero bahiano, que vivió en San Salvador, que estudió arte, que se tuvo que exiliar -por motivos políticos- a Londres, que ha experimentado con la música del Brasil fusionándola con el flamenco o la música africana.

El hermano de María Bethania, hijo de padres amantes de la música, fundador del tropicalismo, que ha cantado con todos los "grandes" del Brasil, compositor comprometido con luchas sociales, buscador incansable y experimentador arriesgado, ha estado a mi lado de forma intermitente durante todos estos años.

Hubo épocas en las que Caetano Veloso no se separaba de mí y me seguía, día y noche, con su voz -versátil y aterciopelada- y las versiones más conocidas de los grandes temas de la bossanova.
Hubo otras épocas en las que se quedaba, escondido en un rincón de mi memoria para aparecer, de repente, tras un nuevo disco que nada tenía que ver con Brasil y sí, mucho, con las músicas originales de los negros que un día emigraron al continente americano.

De repente escuchaba su voz en la banda sonora de la película "Hable con ella" de Pedro Almodóvar, en "Happy together" de Wong Kar-Wai, en "Frida" de Julie Taymor, en "Tieta do Agreste" y "Orfeu" ambas de Carlos Diegues.

Nunca llegó a desparecer de mi vida.

Conseguí su disco "Tropicalia", grabado con Gilberto Gil, tras una búsqueda desesperada.

Me reconcilié con la música latina gracias a su álbum "Fina estampa"

Me sorprendí con su regreso a la samba y disfruté de su "Livro" y su experimentación con el rock.

Descubrí la new wave orquesta de identidad brasileña y sus incursiones en el jazz, y la música africana en un maravilloso disco, "Prenda minha" (¡que recuerdos de aquella "Terra"!)

Me impresionó el disco-homenaje a Fellini y a Nino Rota y su guitarra acústica en la orquesta de Morelenbaum en "Omaggio a Federico y Giuleta" (un disco que nadie debería dejar de escuchar al menos una vez en la vida).

"Lo mejor de Caetano Veloso", me acompañó en muchos de mis viajes, poniendo la banda sonora a algunos paisajes que, como su voz, están siempre en mi memoria.

Y me emocionó con sus versiones de temas de Nirvana, Cole Porter, Arto Lindsey... Temas que transforma con su voz y sus ritmos haciéndolos otros, haciéndolos suyos, en "A foreign Sound".

Hay muchos más. Su discografía es grande (en cantidad y calidad), variada, generosa, experimental, innovadora, nostálgica, rica en matices y resultado de un trabajo serio y una mente abierta a todos los sonidos del mundo.

Anoche presentó en Madrid, dentro del programa Los Veranos de la Villa, (en la única actuación que ofrecerá en España dentro de su gira europea), su último disco: "Zii e Zie" (¡el número 41 de su discografía!). Un álbum con su característica mezcla de tropicalismo y rock que combinó con algunos de los temas más conocidos de su dilatada carrera.

Los temas que pongo aquí los he escogido, también, por la imagen de Caetano mientras interpreta. Porque me gusta más verle cuando no toca la guitarra y se mueve por el escenario y gesticula y danza. Porque de alguna forma busco resumir en unos minutos por qué ha sido uno de mis fieles compañeros musicales. El hombre al que siempre vuelvo.
Y por sus manos. Sí, también por sus manos...




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20 julio, 2010

Una canción para un instante

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18 julio, 2010

Los helados de las siestas

Casi he podido sentir el bochorno de aquellas tardes de verano en Badajoz, las persianas de madera verde enrolladas que dejábamos caer hasta el suelo, el zumbido de las moscas en los cristales y el silencio en la calle que se rompía, de repente, con una pequeña melodía que indicaba que el carrito de los helados acababa de aparcar en nuestra puerta.
La emoción de bajar cada día dando saltos por la escalera y aspirar el olor fresco y dulce de aquellos recipientes brillantes que se abrían ante nuestros ojos golosos e impacientes.
La mano del heladero tomando con sus pinzas plateadas y verdadera precisión y maestría la porción justa (siempre esperábamos un poco más) de aquella deliciosa crema con sabor a vainilla, chocolate o fresa.
Los conos formando una torre, o los barquillos para el corte en su cajita de cartón.
Aunque me gustaban más las bolas, a veces pedía un helado al corte sólo por el gusto de verle cortar, con un cuchillo, aquellos bloques rectangulares que cedían bajo su presión con extrema suavidad.
Y luego, ya en casa, tumbadas en la cama y rodeadas de libros de Enid Blyton, saborear despacio aquel maravilloso helado. Nunca más me han sabido igual.

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15 julio, 2010

Reflexión para antes de marchar de vacaciones

La sandalia de Empedócles


Vuelves. Nada te ata a este lugar. Pero vuelves. Tal vez porque, pasada cierta edad, uno sólo sabe ser lo que repite. Alguien, sin cuya eficacia la rutina te sería bastante más trabajosa, ha puesto en tus cosas un orden pulcro que las hace maravillosamente ajenas. Y es casi una ofensa alterar esa diáfana geometría de la casa vacía de ti mismo. Los días pasan sin abrir la maleta. Echas, de vez en cuando, una ojeada al fulgor blanco de la nevera vacía. Tratas de que tus pasos no dejen huella. Es vano pero hermoso vagar, tenue, por las habitaciones, como si no hubieras llegado. No hacer ruido. Tal vez así la vida no se entere de que todo retorna.
Y ese todo es un asco.

Fueron una ficción las vacaciones. No queda, a estas alturas, nadie que no lo sepa. Necesaria. Como lo son siempre, para los frágiles hombres, las mentiras. Una puesta en escena de la huida, bajo las peculiares imágenes que para cada uno el anhelo de huir ha revestido. Que da de bruces siempre en el retorno. Bajo una luz letal, aún más que bella, fuiste piedra entre las piedras de Agrigento. Pocos privilegios existen como el de, en la sólida hoguera del sol ámbar, haber entendido, al fin, a aquel hijo de Acragas que deja al borde del cráter del Etna su sandalia y nos lega dos mil quinientos muy triviales años de enigma sobre su vida o muerte. No retornó. Ni a la previsible vida, ni a la no menos monótona muerte. Y eso consuma lo imposible: trocar al hombre Empédocles en mito. Hölderlin lo dibujará, en 1798, con la sutil finura de quien maquina ya su propia, terminal, leyenda con ventana y tal vez fingida locura sobre el Neckar: «Los que no vuelven dicen siempre la verdad». Los mentirosos -todos- retornamos; porque vivir es ir surfeando el labio de la mentira. Y suplicamos, como Hölderlin, a las Parcas un verano más, otra ocasión fatal, para perderla, que es lo único que de verdad sabemos hacer los hombres: «Concededme un verano, ¡oh, poderosas!/ Y un otoño para el maduro canto». Es una excusa. Pobre. Para hacernos perdonar que retornamos. Renuentes al mandato del poeta, que exige el no regreso de allí donde, al fin, se nos dio el sosiego, porque «a los hijos del cielo, cuando han sido demasiado felices, les está destinada una maldición especial».

Pero has roto el encanto. En el instante mismo en el cual retiraste de su anaquel el volumen de La muerte de Empédocles. Y está la biblioteca nuevamente habitada. Y la trampa se cierra: has retornado. De nada vale ya ese esfuerzo prolijo de pasar sobre tus cosas sin tocarlas. Estás. El rebote ámbar del sol sobre impensables templos dóricos sucede en otro sitio. Y no hay consuelo siquiera en las letras leídas que lo invocan. Hölderlin, que inventa al Empédocles que no volvió a casa nunca, se aniquila a sí mismo al ensoñarlo: «Son siempre las palabras impacientes quienes precipitan a los mortales y les impiden gozar del maduro instante de la perfección». Los menos líricos deberán conformarse con el sosiego desesperado del Bertolt Brecht más viejo: «Estoy al borde de la carretera./ El chófer cambia la rueda./ No me gusta el lugar de donde vengo./ No me gusta el lugar a donde voy./ ¿Por qué miro el cambio de rueda/ con impaciencia?»

Hay cosas que se han ido acumulando. Demasiadas. Habrá que ir, poco a poco, poniendo la casa en desorden. También, esa sandalia que no quedó en el Etna.

Abc / Lunes, 24-08-09



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12 julio, 2010

Fabricarse un mundo


Fabricarse un mundo y olvidarse del resto. No es fácil. Ni lo primero ni lo segundo, sobre todo cuando ese resto te sigue como un perro de presa y te lo encuentras cuando menos te lo esperas. Pero es un hermoso resumen de un doble empeño en el que te va la vida. Hay quien lo consigue sin darse cuenta, con el correr de los días y quien debe poner en ello todo el esfuerzo y atención de los que sea capaz. Un único objetivo: no aceptar derrotas antes de tiempo, sobrevivir en las mejores condiciones posibles, empezar de nuevo, recomenzar, aceptar los errores, saber perder... Y no echar discursos... caminar, aunque sea para regresar al punto de partida, a la puerta de nuestra casa.

Miguel Sánchez-Ostiz


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09 julio, 2010

Qué gran poema!

Fin y principio

Después de cada guerra
alguien tiene que limpiar.
No se van a ordenar solas las cosas,
digo yo.

Alguien debe echar los escombros
a la cuneta
para que puedan pasar
los carros llenos de cadáveres.

Alguien debe meterse
entre el barro, las cenizas,
los muelles de los sofás,
las astillas de cristal
y los trapos sangrientos.

Alguien tiene que arrastrar una viga
para apuntalar un muro,
alguien poner un vidrio en la ventana
y la puerta en sus goznes.

Eso de fotogénico tiene poco
y requiere años.
Todas las cámaras se han ido ya
a otra guerra.

A reconstruir puentes
y estaciones de nuevo.
Las mangas quedarán hechas jirones
de tanto arremangarse.

Alguien con la escoba en las manos
recordará todavía cómo fue.
Alguien escuchará
asintiendo con la cabeza en su sitio.
Pero a su alrededor
empezará a haber algunos
a quienes les aburra.

Todavía habrá quien a veces
encuentre entre hierbajos
argumentos mordidos por la herrumbre,
y los lleve al montón de la basura.

Aquellos que sabían
de qué iba aquí la cosa
tendrán que dejar su lugar
a los que saben poco.
Y menos que poco.
E incluso prácticamente nada.

En la hierba que cubra
causas y consecuencias
seguro que habrá alguien tumbado,
con una espiga entre los dientes,
mirando las nubes.



*Gracias Elías

08 julio, 2010

Olvido

Las personas no se olvidan, solo se aprende a vivir sin ellas..


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07 julio, 2010

Flores y ortigas


Igual que me gustan los pétalos de una flor
me gusta el polvo que las ortigas nunca pierden
salvo para demostrar la dulzura de la lluvia.

Edward Thomas
Pintura: Alexandre de Riquer


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06 julio, 2010

Ya habrá tiempo


Ya habrá tiempo. Ya lo habrá.
Para el humo amarillo que se arrastra por las calles
rascándose sobre las ventanas.
Ya habrá tiempo. Ya lo habrá.
Para preparar un rostro que afronte los rostros que enfrentamos.
Ya habrá tiempo para matar, para crear,
y tiempo para todas las obras y los días de nuestras manos
que elevan las preguntas y las dejan caer sobre tu plato;
tiempo para ti y tiempo para mí,
tiempo bastante aun para mil indecisiones,
y para mil visiones y otras tantas revisiones,
antes de la hora de compartir el pan tostado y el té.

Fragmento del poema:
La canción de amor de J. Alfred Prufrock

de T.S. Eliot

Pintura: Andrew Wyeth

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04 julio, 2010

Que reste t'il...

Preciosa ¿no?
También triste.




Ce soir le vent qui frappe à ma porte
Me parle des amours mortes
Devant le feu qui s' éteint
Ce soir c'est une chanson d' automne
Dans la maison qui frissonne
Et je pense aux jours lointains

Que reste-t-il de nos amours
Que reste-t-il de ces beaux jours
Une photo, vieille photo
De ma jeunesse
Que reste-t-il des billets doux
Des mois d' avril, des rendez-vous
Un souvenir qui me poursuit
Sans cesse

Bonheur fané, cheveux au vent
Baisers volés, rêves mouvants
Que reste-t-il de tout cela
Dites-le-moi

Un petit village, un vieux clocher
Un paysage si bien caché
Et dans un nuage le cher visage
De mon passé

Les mots les mots tendres qu'on murmure
Les caresses les plus pures
Les serments au fond des bois
Les fleurs qu'on retrouve dans un livre
Dont le parfum vous enivre
Se sont envolés pourquoi?

Que reste-t-il de nos amours
Que reste-t-il de ces beaux jours
Une photo, vieille photo
De ma jeunesse
Que reste-t-il des billets doux
Des mois d' avril, des rendez-vous
Un souvenir qui me poursuit
Sans cesse

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