27 septiembre, 2013

De pájaros y caracoles


Hoy, gracias a los bolsos, sí los bolsos, he descubierto que las mujeres podemos dividirnos, además de en rubias y morenas, altas o bajas, flacas o gordas, guapas o feas, listas o tontas, inteligentes o torpes, ágiles o pesadas, dulces o ariscas, buenas o malas, etc, etc (división por otra parte aplicable también al género masculino), podemos dividirnos, insisto, también, en pájaros y caracoles.

Los pájaros son livianos, vuelan o caminan ligeros. Levantan el vuelo cuando les apetece y no llevan cargas sobre sus cabezas.
Los caracoles, en cambio, caminan lentos, cargan con su casa a cuestas y les cuesta trabajo desplazarse por algunos lugares.

Esto, que parece una tontería, me ha tenido ocupado el viaje en el autobús esta mañana camino del trabajo, mientras observaba los bolsos que, las mujeres que hacían conmigo el trayecto, portaban.

A partir de cierta edad, las mujeres llevan/llevamos un arsenal colgado de unos hombros que, contradictoriamente, cada vez aguantan menos peso -artrosis, huesos débiles, dislocaciones, problemas de articulaciones- Las chicas jóvenes (los pájaros) caminan livianas, desocupadas, sus preocupaciones no las abruman y la previsión de posibles catástrofes, no entra en su pensamiento ni por asomo. Pueden llevar un bolso pequeño con el monedero y las llaves (el móvil suelen llevarlo en la mano o en la oreja) y, eso sí, unos cascos que las aislan de los ruídos del mundo.

Pero a ciertas edades, las mujeres se transforman en caracoles.
Si abres el enorme bolso que transportan, a veces con dificultad, colgado de sus hombros, descubrirás objetos que ni siquiera puedes imaginar. Veamos:
Peines, espejos, pintalabios, productos de cosmética,
toallitas refrescantes, lágrimas artificiales, limas de las uñas,
pañuelos de papel (la tela ya ha quedado obsoleta),
paquetes de cigarrillos (las que todavía fuman), 3 o 4 mecheros,
compresas o tampones (a veces sólo como prevención),
caramelos, chicles, tiritas para los pies (y los efectos de los zapatos nuevos)
un abanico (para los sofocos),
una libreta y 3 o 4 bolígrafos (siempre hay algo que apuntar y el móvil no es lo mismo)
uno o dos monederos (el grande con tarjetas y billetes y uno pequeño para monedas),
el teléfono móvil (en ocasiones con una funda de protección)
las llaves de casa, las del trabajo, las del coche, las de la casa de los padres (más el llavero correspondiente)
bolsas de plástico o plegables (por si una compra de última hora)
un paraguas (por si llueve)
Paracetamol, Ibuprofeno, Almax, Bucometasana
un pequeño cepillo de dientes (por si comemos fuera)
un pequeño frasco de perfume o toallitas con colonia
un set de "emergencias" con tijerita, aguja e hilo
.....
Seguro que se me olvidan cosas, seguro que cada mujer añade, a esta lista, algún objeto "imprescindible" sin el que sería imposible salir de casa.

En contra de lo que pudiéramos pensar que curaría el paso de los años, y en virtud de lo que observamos dentro de esos interminables bolsos, la "mujer-caracol: prevé, tiene miedos, tiene dudas, se siente insegura con su cuerpo, y prefiere el dolor de los hombros a prescindir de salir de casa con "la casa" a cuestas.

Mañana, definitivamente, retomaré mi costumbre de leer un libro en el autobús. 
Mañana, sin falta...


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17 septiembre, 2013

Cartas de amor


Las cartas de amor de Dylan Thomas son cartas llenas de verdad, declaraciones de amor y súplica repletas de lirismo y humor, de extrañamiento, de ternura o de ira, es decir, de todos aquellos componentes que conforman una historia de amor en la que los sentimientos se suelen suceder de forma contradictoria, a veces incomprensible- incluso- para quienes lo viven.
A través de sus cartas descubrimos la personalidad del autor. Sus debilidades, sus miedos, su desesperación o su soledad.

Quizás el género epistolar sea el más auténtico y verdadero. Parece más fácil mentir cuando se habla que cuando se escribe. Las palabras escritas se llenan de verdad y suelen estar dictadas por los sentimientos más profundos que tenemos.

En una de las cartas que escribe a Pamela Hansford Johnson, también poeta y su primera experiencia amorosa, Thomas hace una estupenda descripción de lo que en poesía –y por ende en cualquier género literario- realmente importa:
“Volvamos a su poesía (…). Demuestra en ella una tremenda pasión por las palabras y verdadero conocimiento de ellas. Su modo de articular la forma y su habilidad métrica se encuentran entre las mejores que conozco de nuestros contemporáneos. Pero lo más importante de todo es que los pensamientos que están contenidos en ella merecen ser expresados. (…). Lo que más me gusta de sus poemas es que en ellos se expone, no se niega, que en ellos se crea, no se destruye”
¿No es, este pequeño fragmento, todo un tratado de crítica literaria? La pasión por el lenguaje y la forma de apropiarse de él, la capacidad para expresar sentimientos y que estos sean dignos de ser expresados, las posibilidades que tiene la literatura para crear nuevos pensamientos, nuevas reflexiones, nuevas formas de ver y afrontar el mundo que nos rodea.

Dylan Thomas es “terriblemente” sincero cuando se expresa en sus cartas. No le importa mostrarse vulnerable, débil o necesitado. No pretender aparentar nada, fingir nada, construir un personaje de artificio para enamorar a sus destinatarias. Es como, si en cada carta dijera: “yo soy éste que ves, si quieres amarme, adelante”.
“No había trasquilones en mi carta anterior por la sencilla razón de que nunca corto ni quito nada. Nunca lo hago cuando escribo cartas, a pesar de que no hacerlo a veces me provoca un profundo remordimiento cuando lo pienso más tarde. Qué terriblemente fácil es resultar herido. A mí me hacen sufrir a diario las cosas más nimias y sutiles. Uno se pone la coraza todos los días pero el verdadero yo, el herido, sigue en el interior oculto a las miradas de los demás”

El género epistolar tiene también algo de violación de la intimidad. Leemos las cartas que alguien dirigió a otra persona como si entráramos a hurtadillas en la habitación de dos amantes. Espiamos escondidos, detrás de las líneas, los suspiros, las íntimas confesiones, las carencias y las debilidades normalmente ocultas tras las fachadas que cada cuál construye para protegerse. Vemos a los autores de esas cartas desnudos, observamos sus miserias, sus colgajos, también lo mejor -qué duda cabe- lo que nunca se nos mostró a los otros, lo desconocido, lo más humano y lo más divino puede estar en esas misivas.

A veces, estas cartas son también espejos de nuestras propias limitaciones, de lo que, también nosotros, mantenemos oculto a las miradas de los que nos rodean.

Ojalá pudiera hacerte entender lo que me pasa por la cabeza, pero no hay palabras capaces de describir este día tan desesperanzado.

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10 septiembre, 2013

Septiembre


Vuelve septiembre, una vez más, un año más, fiel a su cita, a sus cambios de humor, a sus vientos forzosos y a las primeras hojas barriendo los suelos aún ardientes del verano.
Vuelve con su luz fría, con sus pálidos amaneceres y las tardes cada vez más cortas y doradas.
Vuelven moras, higos y membrillos. Las chumberas salvajes se cubren de frutos y los niños y las niñas vuelven al colegio con sus babys recién estrenados y su olor a gomas de borrar nuevecitas.
Un año más, septiembre vuelve en cestas de uvas, en la piel brillante de la berenjena, en el intenso color de la remolacha.
Atrás queda el verano. Los largos días azules y el sol de la infancia. Atrás las promesas incumplidas, las citas siempre aplazadas, las noches de lluvia de estrellas, el sabor de los helados, las largas sombras en las calles, el implacable sol de mediodía, los planes que nunca se llevaron a cabo, las palabras mecidas por las olas y los besos junto al río.

Septiembre vuelve siempre para recordarnos que nos somos eternos, para limpiarnos la arena enterrada entre los dedos, para llevarse el color de nuestra piel y poner nuevas bandas sonoras a la película de nuestra vida.
Vuelve también para traernos tardes de cine, chaquetas de perlé, dulces de temporada y algún que otro catarro que nos sorprende a traición.
Un poco más adelante nos regalará el otoño y la belleza de los bosques. Pero eso ya, será otra historia.

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