07 marzo, 2013

Tiempo desapacible

Fotografía: Rodney Smith
Escucho el viento soplar detrás de las ventanas, de una forma amenazadora y violenta, como el tiempo que nos ha tocado vivir. 
De vez en cuando la lluvia cae con fuerza y, a ratos, el sol sale tímidamente para darnos un poco de esperanza.
Me cuesta mucho escribir en este tiempo desapacible. 

Alguien pone su vida en barbecho, para aliviar la tierra quemada por años y años sembrando cosas que ya no dan más de sí. 
Por su mirada pasan las cosas que vivió y sintió intensamente. 
Su recuerdo, ahora, le hace daño.
¿En qué momento preciso alguien se rompe en mil pedazos? 

Ahora todo es música y poesía.
Y yo me refugio, de este tiempo desapacible, en la bondad de esos sonidos que me ocultan la ventisca y la tormenta. 
Ahí fuera, sigue lloviendo.
Las palabras son barcos
y se pierden así, de boca en boca,
como de niebla en niebla.
Llevan su mercancía por las conversaciones
sin encontrar un puerto,
la noche que les pese igual que un ancla.

Deben acostumbrarse a envejecer
y vivir con paciencia de madera
usada por las olas,
irse descomponiendo, dañarse lentamente,
hasta que a la bodega rutinaria
llegue el mar y las hunda.

Porque la vida entra en las palabras
como el mar en un barco,
cubre de tiempo el nombre de las cosas
y lleva a la raíz de un adjetivo
el cielo de una fecha,
el balcón de una casa,
la luz de una ciudad reflejada en un río.

Por eso, niebla a niebla,
cuando el amor invade las palabras,
golpea sus paredes, marca en ellas
los signos de una historia personal
y deja en el pasado de los vocabularios
sensaciones de frío y de calor,
noches que son la noche,
mares que son el mar,
solitarios paseos con extensión de frase
y trenes detenidos y canciones.

Si el amor, como todo, es cuestión de palabras,
acercarme a tu cuerpo fue crear un idioma.                                            
(Luis García Montero)

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