31 octubre, 2013

Los distintos rostros del amor

Ayer fui a ver la película: "La vida de Adele".


Precedida por premios (Palma de Oro en Cannes, 2013) y polémica (las vicisitudes del rodaje y la supuesta tiranía del director), tenía también a su favor un montón de críticas positivas y alguna que otra (incluso de gente conocida en la que confío) más negativas.
No conocía ninguno de los trabajos previos del director, el tunecino, Abdel Kechiche.
No conocía a las dos actrices principales - Adèle Exarchopoulos y Léa Seydoux- ni a ninguno de los actores de reparto, ni siquiera había oído hablar de la novela gráfica "Blue", de Julie Maroh, en la que está basada la película.

Me dejé llevar por el tema y la intuición y he de decir, que a pesar del largo metraje de la película (180 min.), me mantuve sentada en la butaca del cine sin mover un sólo músculo del cuerpo durante todo ese tiempo.

Podría definirla con una larga lista de adjetivos, que se me ocurren así, sin pensar demasiado: emocionante, controvertida, inteligente, explosiva, compleja, absorbente, emotiva, descarnada, tristísima,  conmovedora, memorable...
Podría seguir porque se me ocurren otros tantos, pero me gustaría profundizar un poco más en esta sorprendente joya que el cine nos acaba de regalar a todos los que amamos las películas con emociones, con profundidad, el trabajo serio, las interpretaciones magistrales -especialmente las de Adèle y Leá, las dos jóvenes y atractivas protagonistas, los guiones bien escritos, y las espléndidas fotografías e iluminaciones de escenas.

La historia es de por sí complicada, como lo es el amor. Que éste se produzca entre dos personas del mismo sexo, carece de importancia en esta película, excepto en algunos detalles de incomprensión, por parte de amigas o algunos familiares de las chicas, que continúan ofreciendo esa imagen de la sociedad a la que siguen aterrorizando los comportamientos que pueden llegar a desestabilizar sus pequeños mundos, construidos a base de juicios preestablecidos.
A sus 15 años, Adèle no tiene dudas de que una chica debe salir con chicos. Su vida cambiará para siempre cuando conozca a Emma, una joven de pelo azul, que le descubrirá lo que es el deseo, y el camino hacia la madurez. Así, Adèle crecerá, se buscará a sí misma, se perderá y se reencontrará... y todo ello bajo la atenta mirada de los que le rodean.
Esta es más o menos las sinopsis que encontraremos en las informaciones que nos dan de la película, pero ¡qué cortas se quedan estas palabras!, ¡qué pequeñas para definir el amor, la pasión, el deseo,  y la capacidad del ser humano para perderse de sí mismo en esa vorágine de sentimientos!
Todos podemos ser luz y oscuridad, buenos o malos, todos podemos ser capaces, en algún momento, de utilizar a los demás para obtener lo que queremos. Cada una de las escenas nos está contando esto y mucho más.

Y algo muy importante para mí: la posición de las cámaras, metidas en la piel, en el rostro, en los ojos, en los cuerpos y en las bocas de los personajes. Todo son primerísimos planos, no hay respiro, no hay (con alguna pequeña excepción) aire para respirar, no hay paisajes excepto el de la geografía humana -cuerpo y alma. Las cámaras nos invitan a vivir, con toda profundidad, la intensidad de sus protagonistas, de forma ineludible, nos obliga a sentir lo que las protagonistas sienten, mientras -casi-podemos acariciarlas con las manos.

La escena de sexo lésbico dura 12 minutos. Nunca había visto una escena rodada así, tan de forma frontal, con tanta ternura y con tanta naturalidad que me hace dudar si no eran reales todas esas expresiones de amor y de deseo.

Pero es que esta naturalidad es la tónica general de la película. En cada escena, cada actitud, cada diálogo, parecen estar rodados en tiempo real y con los actores improvisando a partir de un conocimiento profundo del personaje que interpretan. 

No quiero desvelar nada más aquí de lo que sucede en esas tres horas, pero si alguien lee esta reseña, que vaya a verla por favor. Que no se la pierda.

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