Los helados de las siestas
Casi he podido sentir el bochorno de aquellas tardes de verano en Badajoz, las persianas de madera verde enrolladas que dejábamos caer hasta el suelo, el zumbido de las moscas en los cristales y el silencio en la calle que se rompía, de repente, con una pequeña melodía que indicaba que el carrito de los helados acababa de aparcar en nuestra puerta.
La emoción de bajar cada día dando saltos por la escalera y aspirar el olor fresco y dulce de aquellos recipientes brillantes que se abrían ante nuestros ojos golosos e impacientes.
La mano del heladero tomando con sus pinzas plateadas y verdadera precisión y maestría la porción justa (siempre esperábamos un poco más) de aquella deliciosa crema con sabor a vainilla, chocolate o fresa.
Los conos formando una torre, o los barquillos para el corte en su cajita de cartón.
Aunque me gustaban más las bolas, a veces pedía un helado al corte sólo por el gusto de verle cortar, con un cuchillo, aquellos bloques rectangulares que cedían bajo su presión con extrema suavidad.
Y luego, ya en casa, tumbadas en la cama y rodeadas de libros de Enid Blyton, saborear despacio aquel maravilloso helado. Nunca más me han sabido igual.
Etiquetas: Barquito de papel, diario, Joan Manuel Serrat
5 Comments:
En los pueblos no teníamos esos lujos. Solamente dos o tres veces, cuando subíamos a Soria o bajabamos a Tarazona, experimentábamos esas sensaciones que cuentas. Todavía, en Soria, en el mismo lugar de siempre, a la entrada de la Desa, sigue el mismo carrito que entonces.
Cuando llegaron al pueblo los primeros frigoríficos, había chavales negociantes que ponían un colorante en las bandejas de cubitos y nos los vendían después.
Ya veo, Isabel, que estás remozada. Mariposas buscando las flores que se fueron.
Un abrazo.
También tiene su encanto esperar para conseguir algo, Lavelablanca.
Las cosas que mas se desean son las que más se disfrutan ¿no crees?.
Es verano. Me gustan las mariposas
:-)
Un abrazo
Qué recuerdos los de los cálidos veranos... A mi me vienen a la memoria esos polos caseros que hacía la señora María, rellenando vasos con refresco de cola, naranja o limón. Los vendía a 5 pesetas a dos manzanas de mi casa, a través de su ventana, situada en un bajo. Ibamos con los patines cuesta abajo y nos sabían a gloria esos pedazos de hielo redondos pinchados en un palillo.
Un abrazo
A mí aquellas tardes de verano adolescente se me hacían eternas y acababa odiando el verano, creo que todavía me queda algo de ese odio. Me salvaban los libros, me leí "ni sé cuántos" de Enid Blyton, Julio Verne y toda la antología completa de Agatha Christie. Besote.
A mí me encanta el verano. Desde pequeña en esta época del año me sentía más libre, el tiempo era más largo y tengo la sensación que siempre estaba lleno de momentos sugerentes e intensos. Seguramente no era siempre así pero, ya sabes, el tiempo da forma a los recuerdos de forma caprichosa...
Besos búcaro
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