Un treinta de noviembre
1. una se resigna al aburrimiento. a que no todos los días pase algo. a que nadie me entienda el intertexto. a bregar con las rabietas que mi madre resistía con desgano. qué posibilidades tiene la felicidad si cada día se va domesticando peligrosa, bordeando los linderos de la plasta y la sosera. porque a mí ya no me pasa nada grave –y cuando digo grave quiero decir bueno– y cada día miro menos el espejo: evitar mirar mis ojos sin pasión. 2. se me ocurre torpemente que soy torpe. más bien, inapropiada. llena de palabras indecibles, de deseos postergados, llena de una lucha muy bien educadita… e impulsiva. 3. y yo escribo a veces como si nadie me leyera, como si esto fuera una terapia individual recetada por un especialista en soledades crónicas. escribo y no remedia las dolencias, las violencias cotidianas de encontrarse equivocada y confundida, las violencias cotidianas del intercambio torpe con los hombres en particular, (a veces también con las mujeres), y con la gente en general. 4. de eso padezco: de soledades crónicas y fortalezas frágiles. me dan ataques inesperados de desesperanza. a veces los deseos rasguñan al deseo y no lo alcanzan. a veces los pájaros no han volado nunca y yo no sé por qué. Gloria Cecilia Delgado Fotografía: Jesús Gáchez Y hoy, porque es 30 de noviembre (J. sabe por qué), escucho a Isao Tomita (sí, aquel de la sintonía inlvidable del Planeta imaginario),y su versión tan particular de la Suite Bergamesque, del Claire de lune de Debussy.
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