El mejor dia...
Es siempre antes de hacer algo que te apetece mucho. El dia antes de emprender un viaje largamente soñado, el día antes de las inmensas vacaciones de verano de la niñez, el momento preciso en el que te dispones a ver una película que llevabas tiempo con ganas de ver o cuando sales de la librería cargada con un montón de libros nuevos cuyos secretos están a punto de serte desvelado.
Recuerdo la emoción que, cuando era pequeña, me invadía la víspera de mi cumpleaños o la mágica madrugada de Reyes Magos en La Rinconada, envuelta en silencio y una oscuridad rota, sólo, por las cercanas luces de Mérida en el horizonte.
También recuerdo el nerviosismo mientras preparábamos el equipaje para partir hacia San Pedro do Estoril, el pequeño pueblo portugués de la costa de Lisboa, donde pasaríamos el verano envueltas en el calor y la ternura de la familia portuguesa de mi padre.
A veces invoco esta sensación, ese mágico desasosiego del momento previo a algo. Y el estómago se llena de mariposas que revolotean, y la mirada se adelanta en el paisaje, y la mente se llena de promesas de sueños que se cumplirán en breve.
Todo lo que te rodea en ese instante, adquiere una dimensión distinta. Es como si ya estuvieras alli. Como si todo lo que te rodea se preparara para la despedida.
Entro, esta mañana, en la biblioteca con esa sensación. Mi mesa es la de siempre, el mismo desorden ordenado, la gente es la misma, e iguales sus rutinas. Pero todo me resulta extraño, casi ajeno, casi de paso. El sol, hoy tímido, ilumina suavemente el lugar. Todo tiene aroma a partida, a despedida. Todo hoy es efímero y poco importante. "Prima non datum, ultima dispensatum" decía mi profesor de Filosofía del Instituto el primer y último día de clase.
Paladeo despacio este regustillo del día antes, de las horas anteriores. Me voy de vacaciones.
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