El valle del Baztan
Regreso de un viaje mágico de 3 días por el Valle del Baztan. Un valle mágico desde su entrada por Almandoz, el primer pueblo del valle. Toda la vertiente septentrional de la Sierra de Aralar, salpicada de pequeños pueblos de casi idéntica arquitectura, inmensos prados verdes en los que, casi entran ganas de comerse la hierba, bosques de hayas, robles, castaños, fresnos, avellanos y matorrales de brezo (la brasa roja, encendida del brezo al arder). Gente de carácter reservado, tímidos quizás, que se protegen del desasosiego y de las prisas en unos paisajes de una belleza apabullante.
Recorro estos parajes casi en silencio. Escucho el rumor del Bidasoa deslizándose suavemente por montañas o entre las calles de pueblos de casas consistentes, en las que todos los materiales son nobles (no hay plástico, ni PVC, ni aluminio). Las ventanas de madera, las gruesa vigas de castaño o roble, las inmensas puertas, casi siempre cerradas que no invitan a entrar sino a admirar. Flores en las ventanas, en las galerías, en los balcones. Perfectamente ordenadas, alineadas, agrupadas por colores, impecables. Flores por las calles, en las puertas de las Iglesias, y en sus escalinatas.
Entro en pequeñas tabernas, casi solitarias, para saborear lentamente los vinos de la zona. Los pocos paisanos que encuentro hablan despacio el euskera, ese lenguaje milenario imposible de entender, con lo que me facilitan la labor de observar y dejarme llevar por mis pensamientos y me impiden tender un puente de palabras con el que cruzar mi ignorancia sobre su ancestral cultura.
Voy subiendo despacio. Serpenteando una carretera que asciende hacia Zugarramurdi, el pueblo de las brujas. Me desvío por carreteras aún mas perdidas para llegar a Berroeta, Aniz o Ziga en donde me dejo sorprender por su Iglesia de San Lorenzo cuyo pórtico, inmenso y monumental, me recuerda a un decorado de cualquier película de Fellini. Regreso a la general para pasar por Elizondo, la capital del Valle. La excelente construcción de sus casas, que forman enormes bloques cúbicos de piedra rojiza, habla de la riqueza económica que tuvo que tener este lugar.
Busco un sitio para quedarme a pasar la noche y encuentro un lugar perfecto: Zugarramurdi, en la frontera con Francia, el pueblo de las brujas. Todo lo que rodea a este lugar parece estar impregnado de magia.Visito su maravillosa cueva. La cueva de los Aquelarres. Parece imposible la labor que el agua ha realizado allí. La imagen que tengo en el descenso es espectacular. Una cueva inmensa, llena de formas de gran belleza, recorrida por un río, el del Infierno. Por las bocas de entrada y salida se divisa una vegetación abundante. Parece imposible que este lugar se utilizara para reuniones en torno a la figura del diablo.
Compro un libro de Karmele Saint-Martin: "Nosotras las brujas vascas" de relatos y leyendas del lugar. Me siento en un pequeño banco de madera para leer alguna de las leyendas. Dudo de su veracidad y también de que sólo sean producto de la tradición oral. Dudo de todo allí mientras me rodean intensos olores y sonidos lejanos. Tengo miles de sensaciones a flor de piel y abandono la cueva casi al oscurecer sintiéndome protegida, no se porque razón. A pesar de las historias que se cuentan no tengo miedo.
He pasado en el Valle tres días y regreso con el corazón lleno de paisaje y nostalgias. Volveré. Mientras tanto hilvanaré recuerdos e intentaré escribir las cosas que he sentido. Demasiadas cosas.
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