Algunas veces la vida nos da un zarpazo y nos deja heridos de muerte, a medio camino entre ser y no ser, entre estar y no estar.
Y el futuro deja de ser un camino por delante, para transformarse en un precipicio oscuro del que no sabemos nada, en el que parece no haber nada.
Pero, algunas veces, en ese preciso instante en el que el abismo está bajo tus pies, sale el sol sobre un azul intenso y la mirada se vuelve hacia ese azul, y el negro desaparece, mientras los pies se convierten en alas que levantan nuestros pesados cuerpos y nos elevan hacia el horizonte.
Y ya no importa el mañana, porque el hoy se convierte en tu futuro mientras el pasado te regala sus mejores recuerdos.
Y es ahí, en ese lugar sin tiempo, en el que dos almas se reencuentran de nuevo para ser una sola.
Y es ahí, en ese día a día, compartiendo pequeños momentos, paisajes comunes, miradas cómplices y manos que se llenan de ternura donde, dos seres que se aman, logran vencer el vacío y el miedo, la angustia, el dolor, la pesadumbre y las dudas.
Os imagino así a los dos.
Viviendo este tiempo que se presentó de sopetón, sin previo aviso, mientras llenáis de sentido cada hora, cada minuto, cada segundo. Bebiendo a sorbos la vida con el sosiego del que no espera nada, porque todo lo que necesita lo tiene en el otro, y es tanto, y es tan grande...
Por eso, no queremos llamar a vuestra puerta en estos momentos todas las veces que desearíamos. Para respetar esa isla mágica que habéis creado entre los dos y en la que nada más tiene cabida.
Por eso estamos sin estar, atentas por si hubiera mensajes de auxilio, o señales de humo, y sin embargo con la certeza de que sois dos robinsones con vuestro propio Viernes.
Mientras aprendemos, desde lejos y junto a vosotros, que la vida, con zarpazos y sin ellos, sigue mereciendo la pena.
Gracias queridos amigos
Va por vosotros
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