Mis "Alicias", esa colección que llevo años atesorando, escogiendo, alimentando y disfrutando, han salido del cálido lugar en el que se refugiaban y están ahora, expuestas a muchas otras miradas, en la Sala de Exposiciones de la Biblioteca Torrente Ballester de Salamanca.
Fue uno de mis primeros libro-libro. Es decir, uno de los primeros que dejó de ser "infantil", para transportarme al mundo de la letra impresa, de las páginas llenas de palabras y menos dibujos, al mundo de las historias largas, con personajes, trama y final feliz.
Un ejemplar de la editorial Juventud, con dibujos de Walt Disney que me regaló mi madre una -supongo-fría mañana de invierno (en su interior está la fecha en la que lo recibí), en la que yo permanecía acurrucada en la cama con un fuerte sarampión.
Recuerdo la sensación de rasgar el papel de regalo y aspirar el olor que salía de sus páginas, la sensación de tener un libro-libro por primera vez entre mis manos, y que fuera mío, y que pudiera volver a él tantas veces como deseara. La sensación de apartar los álbumes infantiles repletos de ilustraciones para hacerle hueco a ese tesoro que, sin yo saberlo, iba a marcar el inicio de una pasión lectora.
Fue un libro que me produjo cierto desasosiego, cierto misterio, un poco de miedo y alguna sonrisa ante aquellos disparatados diálogos tan infrecuentes en mi mundo de los 5 o 6 años.
Volví a él muchas veces a lo largo de los años siguientes descubriendo, fascinada, que las lecturas de ese libro iban cambiando conmigo. Que, a medida que yo crecía, el libro crecía conmigo volviéndose más fascinante, dando respuestas a las preguntas que mis nuevas experiencias vitales iban sugiriendo.
Y en ese tiempo fui descubriendo nuevas ediciones, ya no adaptadas para niñas/os, ya no con dibujos de Disney sino de John Tenniel, el ilustrador original.
Otra Alicia en las formas y en el fondo. Una Alicia que, como yo, se iba despidiendo de su inocencia infantil y se enfrentaba, con miedo, a los cambios que su cuerpo y su alma experimentaban.
Y, poco a poco, ese libro se convirtió en un compañero de viaje del que fui descubriendo muchas cosas. Conocí a su autor, el reverendo y matemático, Charles Lutwidge Dodgson, más conocido por el seudónimo de Lewis Carroll.
Descubrí su pasión por las matemáticas, por la lógica, por la fotografía y por las niñas.
Su timidez, su capacidad fantástica para inventar relatos y las acusaciones y vejaciones que sufrió cuando su amor por las niñas, se transformó en una perversión para los recatados ciudadanos de la Inglaterra victoriana.
Y más tarde, mucho más tarde, fueron llegando Alicias de la mano de amigos, amigas, familiares y conocidos.
Alicias de todas partes del mundo, en todas las lenguas y ediciones y de muchos y diferentes ilustradores internacionales. Ejemplares de librerías de viejo, con olor a moho y años, ejemplares troquelados o en forma de puzzle, álbumes de cromos, o con láminas.
Y con ellos llegaron objetos: cartas, postales, cajitas de música, rompecabezas, muñecos de madera... que parecían haberse escapado de las páginas, tomado forma y darle sentido a una historia subterránea que nunca llegaba a conocer del todo.
Y con cada libro y cada objeto, yo iba escribiendo una historia paralela. La historia de mis relaciones, de mis sentimientos, de mis hallazgos y mis pérdidas.
Esta es una colección de "Alicias", sí, pero es también mucho más. Es la historia de mi vida a través de un libro que una tarde de verano, un reverendo matemático inglés inventó para Alicia Liddle y sus hermanas, durante un paseo en barca por el Támesis.
Él no sabía cuan lejos llegaría su historia. Yo tampoco.
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