Después de obtener el Premio de la Crítica de Estados Unidos, veo, por segunda vez, Los abrazos rotos -la última película de Pedro Almodóvar, buscando qué es lo que hace que la película haya tenido tal éxito en los EE.UU y haya estado nominada para premios europeos y españoles.
Y sigo sin encontrarlo.
Sigo sin creerme nada. Ni el argumento: lleno de altibajos, ni la interpretación del elenco de actores: fría e insustancial (salvando ciertos momentos de Blanca Portillo y la pequeñísima, divertida y genial aparición de Carmen Machi).
La película me sigue pareciendo larguísima, aburrida, increíble, fría e, incluso a veces, lamentable. Una despliegue de géneros: drama, suspense, comedia, acción que me hacen pensar que se quiere hacer de todo para no hacer nada.
No queda nada en ella de ese genio que fue Almodóvar y que tanto prometía hace años. Por el contrario tengo la sensación de que el director ha decidido vivir de las rentas de su fama y se permite el lujo de hacer películas (en La mala educación ya se lo permitió) sin ton ni son.
Ni Lluís Homar, ni Penélope Cruz, ni su historia de amor, consiguen cautivarme en ningún momento. No transmiten la pasión que se suponen viven y su relación sólo provoca en mí indiferencia e incredulidad.
Pero tampoco me creo las actuaciones de los personajes secundarios en los que se nos presentan dramas que luego son resueltos de forma pueril.
En fin, que perdí el tiempo de nuevo -la culpa la tengo yo- intentando buscar lo que no se puede encontrar, en donde no hay (al menos, claro está, para mi).
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