Granada
Podría hablar de la Alhambra, del color rojo de su arcilla, del agua que corre por sus patios, de su luz y la delicadeza de sus formas, de su atmósfera mágica, de sus piedras y sus flores.
Podría hablar del Albayzín, de sus calles empinadas y laberínticas, de sus viejos cármenes, de las casas blancas, del mirador de San Nicolás desde el que, el atardecer, parece prender fuego a la Alhambra vecina.
O quizás podría describir la inmensa Catedral renacentista de proporciones descomunales, la imponente fachada, sus cinco naves, los inmensos pilares de columnas adosadas, los arcos de altura inverosímil, las vidrieras.
Podría también señalar la exquisitez y simplicidad de los Cármenes –“agua, huerto, y en el centro un ciprés...Carmen es”- de sus patios interiores del perfume de las flores y el canto de los pájaros, del sonido del agua entre sus muros, para poder así contar del mayor de los Cármenes: el Generalife.
O quizás podría contar que hay un paseo que se llama de los Tristes en la margen derecha del Darro y un ciprés del amor cuyo tronco está lleno de fechas talladas por los amantes que se prometieron amor eterno bajo su sombra alargada. Y también hablar de la Casa de los Tiros con una frase en el dintel de su puerta: “El corazón manda”.
Pero voy a hablar del color de sus calles y sus gentes, de la música en las plazas, de los naranjos y el olor de azahar entre las piedras.
Voy a hablar de la Huerta de San Vicente, en la que Federico García Lorca escribió algunas de su mejores obras, del teatrillo de insectos bajo su cama, de la máquina de escribir en la que dejar mensajes secretos, de las macetas de geranios en el poyete, de la flor de los tilos, de los árboles que envuelven los paseos, de las pequeñas y pintorescas tabernas de La Calderería y la calle Pagés, de los azulejos y el olor a cuero de la Alcaicería. De la pacífica convivencia de sus distintas culturas...
Hablar también de ese reencuentro, 20 años después, en el patio del Corral del Carbón con José Antonio Marina –¡cuánto, cuánto hemos cambiado!.
Reencuentro en el que descubrí, dolorosamente, la inutilidad de todas las palabras...
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