Clara
Clara Nebras quería volver a la tierra, y así fue.
Y lo hizo acompañada de su hijo Federico y sus nietas, a los que rodeábamos un montón de amigos/as y vecinos de Poyales del Hoyo, el precioso pueblo verato colgado de un barranco.
Antonio Rubio leyó un soneto para ella y Belén cantó, con la voz llena de emoción una canción que también ella había cantado algún día.
Por la noche, en el Joyo, una casa rural sobre el río Arbillas, rodeados de la espesa vegetación del Valle del Tiétar y cubiertos por un cielo estrellado, 12 amigos (como los 12 apóstoles), celebramos una cena en la que los brindis, las canciones y las historias -apócrifas o no de Federico- fueron el homenaje-despedida a la mujer que tanto tuvo que ver con lo que su hijo ha sido.
Lo comentábamos al regreso Raúl Vacas y yo. Hay despedidas que te llenan de fuerzas, que te hacen sentir la vida de otra forma, ver la muerte de otra manera.