28 septiembre, 2006

HAY Festival


Entras en Segovia después de atravesar tierras de la Moraña abulense. Demasiado amarillo para los ojos, demasiado horizonte. La mirada se pierde buscando un descanso.
Entras en Segovia como si entraras cada día, como si nunca te marcharas, como si hubieras estado ayer.
En el acueducto la gente levanta las barbillas, se admiran, lo señalan. Huele a churros a los pies del acueducto.
Y en un pequeño agujero quedan huellas del diablo que pactó con la joven aguadora.
Desde el Azoguejo subo por la calle Real. El aire huele a palabras, a poemas, a libros, a historias.
Rosa Montero y Juan Villoro se cruzan conmigo. Pasean despacio. En Segovia el tiempo tiene otro tiempo en estos días.
Desde el mirador de la Canaleja se ven tejados y al fondo la montaña de la Mujer Muerta (dos niños besando a su madre) y el Barrio de San Millán.
A mi lado, contemplando los tejados Félix Grande y Andrés Sorel, solitarios y solidarios, esperan a Rosa Regás.
En la pequeña Plaza del Platero Oquendo, Luis Mateo Díez, José María Merino, Antonio Pereira y Juan Pedro Aparicio hacen Filandón en torno a un fuego imaginario, conjurando las nubes que amenazan lluvia.
En la Plaza Mayor, los adolescentes se fotografían junto a Bob Geldof, mientras Jorge Edwards, Laura Restrepo, César Antonio Molina, Ian Gibson, Benjamín Prado y Doris Lessing les observan divertidos.
Le busco toda la mañana. Entre cada rostro conocido, en cada página de sus libros, entre las largas colas de entradas, de lectores deseosos de encontrarse con sus escritores favoritos.
Parece aquel del sombrero y la camiseta amarilla... o aquel otro de la camisa de cuadros.. no, no es él... sigo buscando, indagando rostros, espiando perfiles...

A la estatua de Juan Bravo, en la Plaza de Medina del Campo, le han puesto una corona de laurel fresco.
Al lado, el restaurante Narizotas. Un montón de olores en el aire. y en una de las mesas.... Él

El autor de: El libro de Rachel , Otra gente, Dinero, Los monstruos de Einstein, Campos de Londres, La flecha del tiempo, El tren de la noche, Experiencias, Perros Callejeros...
El polémico, el conflictivo, el más criticado -para bien o para mal- el incómodo -para tantos-
El ácido, el satírico, el irónico escritor inglés... Martin Amis.

Cada vez que publica una novela los críticos literarios ingleses se ponen en guerra.
Carlos de Inglaterra se rie con él en una cena.
Es hijo del escritor Kingsley Amis al que nunca oyó decir "me gusta como escribes"
Admira a Saul Bellow y Vladímir Nabokov.
Se ha dicho todo de él, las cosa más contradictorias... le han acusado de todo después de leer cada libro que publicaba.

Pero yo vi a un hombre, de ojos intensamente azules y tímida sonrisa, que comió sólo una ensalada, no bebió vino ni tomó postre. Un hombre que temblaba mientras liaba un cigarrillo y que cuando me acerqué a él, también yo temblando, para pedirle que me firmara un libro -algo que no suelo hacer jamás, que nunca me ha importado- me dirigió amablemente unas palabras en español y me dijo "gracias" antes de que yo pudiera decírselo.


Un hombre que ha escrito libros que me han emocionado, me han hecho reir, me han enfadado, asombrado, divertido...

Lo de después, la conversación que mantuvo en el teatro Juan Bravo con Carmen Posadas, no tuvo ninguna importancia -la poco interesante"escritora" no supo sacar de él nada interesante.

Martin Amis. ¡Qué suerte la mía! ¡Qué suerte para mi!

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14 septiembre, 2006

Volver


Aterrizo poco a poco, como si descendiera en globo, despacito, suavemente.
Mientras desciendo, intento reconocer los paisajes de siempre, los lugares de siempre.
La lluvia ayuda a olvidar el verano.

El viaje por Francia, con parada en el Valle del Loira y París.

La breve parada en Namur (Bélgica), guiada por la añoranza de aquellos meses en los que vivi en Louvain la Neuve y en las Ardennes. El paseo silencioso por la vieja ciudad bajo una lluvia suave y persistente, el olor a los gaufres que inundaba las calles, el gesto adusto de los belgas que parecen vivir dentro de sí mismos y que no se conceden la mínima posibilidad de hacernos suponer que también disfrutan de la vida.

Cruzar Aquisgrán bajo un cielo negro y amenanazante, y entrar en Alemania con una de las mayores tormentas que jamás he vivido, atravesando inmensas autopistas de velocidades de vértigo.

Llegar a Düsseldorf, bajo una tupida cortina de agua, ya de noche y alojarnos en la Merovingerstrasse, en una casa con olor a curry - el olor de Alemania para mi- y a especias de otros países más cálidos.

Días en Essen -gracias Ellen, gracias Karl-, paseos por las orillas del poderoso y turbulento Rhin, la visita -obligada- a Köln, con su catedral imponente y majestuosa, fruto de un trabajo larguísimo de siglos, y sus calles abarrotadas de turistas de todas las nacionalidades, cámara al hombro, intentando retener en unas instantáneas un viaje que será pronto olvidado - de los viajes sólo acabamos recordando ciertos instantes, pequeños momentos, un rincón, el gesto de una persona, los olores...los olores... y ciertas sensaciones interiores que consiguieron transformar algunas de nuestras miradas...-

Ciudades industrializadas impersonales de la cuenca del Ruhr. Gente, a veces excesivamente duras y rígidas, intentando mantener un orden y una disciplina difíciles de seguir para mi. Inmensos rascacielos de cristal y acero, ausencia, casi, de viejas edificaciones que me hubieran contado mucho más de lo que fue este pueblo antes de que una guerra absurda y cruel -como todas las guerras- se llevara parte de su pasado para siempre.

Una escapada a Koblenz, punto de encuentro entre el Mosela y el Rhin, debajo de paraguas y gabardinas, ciudad musical, sede de importantes festivales.

Un breve viaje por Holanda con parada en Amsterdam, tan cálida, tan cercana, tan alegre, tan libre, tan predispuesta a la amabilidad y a la sonrisa... tan bella, tan increiblemente bella.
Me sentí muy a gusto en Amsterdam. Compré flores y bulbos de tulipanes, busqué, inutilmente, por toda la ciudad, un lugar donde adquirir sellos para enviar postales a mis amigos/as, vieja costumbre en deshuso a la que han sustituido SMS o fotografías enviadas a través de móviles.
Me dejé llevar por su alegría contagiosa, por la música en cada esquina, por los pequeños cafés a las orillas de los canales. Tengo que volver. Tengo que volver...

Y poco a poco el regreso.

De nuevo Bélgica. Otra vez Francia. La preciosa Donosti-San Sebastián y descendiendo, en mi globo imaginario, las amarillas llanuras castellanas, horizontes lejanos de encendidas puestas de sol.

El mundo se hace pequeño dentro de este despacho. Rodeada de libros (el único lugar de la casa donde se puede estar tranquilo- dijo Cortázar), con las presiones diarias del trabajo, la vuelta a las rutinas, la mirada recogida, las manos sobre un teclado sin música, el barullo de cada mañana, los atascos, la impaciencia.
Mi cuerpo se somete enseguida, pero mi espíritu sueña con escapar de nuevo, se prepara -aún sabiendo que no será enseguida- para un nuevo viaje.

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He leído este verano, en las pocas horas libres que me ha dejado la aventura

Carta blanca de Lorenzo Silva (el escenario de la tercera parte lo conozco muy bien)
Travesuras de la niña mala de Mario Vargas Llosa
El mágico aprendiz de Luis Landero (se lo debía... y me lo debía...)

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