28 septiembre, 2007

Poemas de amor sobre el asfalto


Alguien, en una pequeña carretera gallega escribe sobre el asfalto poemas que hablan del dolor y de la ausencia, del recuerdo, del olvido... Alguien se deja la piel y el alma en una carretera, provocando sospechas, inquietudes, curiosidad y estupor...

Pronto establecerán guardias de 24 horas.
Se turnarán los vecinos, el alcalde, el párroco y el médico.
La guardia civil establecerá un cuartelillo para cubrir esos 500 metros de aglomerado.
Habrá perros especializados en corazones rotos, en penas de amor. Perros que husmearán por los rincones, en las cunetas, entre árboles y rocas, buscando al sospechoso.
Habrá detectives esparciendo un polvo gris buscando pistas y huellas.
Acudirá la prensa del corazón, la prensa económica, la política y la ministra de fomento.
Se reunirán expertos grafólogos, filólogos, filósofos y analistas experimentados en escritura.
Habrá paparazzis ocultos tras cada pino, cámara en ristre, tomando declaraciones de los vecinos de los pueblos cercanos, haciendo guardia, persiguiendo coches.

Todo, con tal de dar caza al peligroso poeta que, misteriosamente, escribe poemas de amor sobre el asfalto de una pequeña carretera de Galicia.

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10 septiembre, 2007

Miguel Torga

Entresaco este poema de Miguel Torga de un blog al que he llegado desde el blog de Álvaro Valverde (da gusto leer el blog de Álvaro: lo que cuenta, cómo lo cuenta, y los regalos y las pistas que nos deja para descubrir otros sitios)

"Hace mucho tiempo
que no escribo un poema de amor.
Y es lo que siempre he sabido
hacer con más delicadeza...
Nuestra naturaleza
lusitana
tiene esa humana
gracia
hechicera
de volver de cristalla más sentimental
y vulgar
borrachera.
Pero quizás porque voy envejeciendo
y nadie me quiera ya enamorado,
o porque la antigua pasión
mantiene mi corazón
callado
en un íntimo pudor,
el caso es que hace mucho tiempo
que no escribo un poema de amor.


http://www.yoetc.blogspot.com/

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03 septiembre, 2007

Negras sombras

Volvíamos del parque de Castelar.
Tendríamos unos 7 u 8 años y aún no conocíamos las sombras.
LLegamos a aquel portal en el que siempre olía a tostadas y a miel.
Era una tarde bochornosa de agosto y en aquel portal hacía frío y había silencio.
Nadie contestó a nuestra llamada y de repente todo se precipitó. Gente desconocida entrando apresurada, los llantos, las voces susurradas. El portal se llenó de sombras.
Fué la primera vez que sentí que la muerte podía sorprendernos sin avisar.
También en una tarde luminosa de agosto.
Hoy he sentido esa misma sensación. El mismo olor, la misma luz, y el corazón precipitándose en un vacío del que no sabes cómo salvarlo.
Esa sensación de ser muy frágil, de estar indefensa, de que nada ni nadie puede protegerte del dolor y de la pena.
Todo puede ocurrir en cuestión de segundos.
Hoy estoy rodeada de largas sombras alargadas, que se inclinan sobre mi y no sé cómo auyentarlas.
Por eso escribo esta tarde, para hacerlas pequeñas y que desaparezcan.
A veces la escritura es sólo eso. Una forma de auyentar las sombras.

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