El tiempo del deseo
No sé si estaré muy equivocada, pero tengo la sensación que, hoy por hoy, hemos abandonado la cultura del deseo.
Me explico.
Desear algo era una sensación que antes tenía su propio tiempo, su propio espacio.
Recuerdo, por ejemplo, que cuando era pequeña, deseé con fuerza unas sandalias rojas que había visto en el escaparate de una zapatería.
Cada día desviaba mi camino de regreso del colegio, para pasar por la tienda y me quedaba durante un tiempo indefinido con la nariz pegada al cristal observando las sandalias. Llegaba a formarse un espeso vaho en el lugar en cuestión, que yo borraba con mi dedo, dejando el cristal hecho un asco.
Cada día hablaba en casa, con mi madre, de aquellas sandalias, haciendo una enérgica defensa de la importancia, la utilidad y el beneficio que supondrían, para mí, que me las compraran.
Cada día, la respuesta era la misma y mi frustración mayor, a la par que el deseo se volvía de tal forma acuciante, que me mantenía alerta espiando la posible venta y consecuente retirada de aquellas sandalias del escaparate de la zapatería.
No sé cuanto tiempo esperé por ellas. Fuera el que fuera se me hizo eterno.
Al final, una feliz coincidencia -el viaje de mi madrina a Badajoz por aquellas fechas- hizo posible que mi deseo se viera cumplido.
El placer, inmenso, con el que disfruté aquellas pequeñas sandalias rojas, me mostró la importancia de la espera, y la capacidad que todos tenemos de alimentar lo que anhelamos.
Ayer, escuchaba a Rafael Argullol y recordé el episodio infantil de mis sandalias.
Algo así -con otros motivos- explicaba el escritor.
Hoy en día, estamos en la cultura de la adquisición inmediata.
La obtención rapidísima de información gracias a Internet, ha acabado con las búsquedas acá o allá, pateando bibliotecas y consultando obras de referencia.
La cómida rápida en las cadenas internacionales de los restaurantes fast food, ha acabado con la espera, placentera y deseada, de una comida elaborada a fuego lento que aparecía por sorpresa en tu plato deleitando mas de un sentido.
Las tardes interminables en las tiendas de discos, ajustando el presupuesto para decidirnos entre éste o aquel álbum deseado, ha dejado paso a la búsqueda inmediata en cualquier web musical que te permite oir, inmediatamente, lo que deseas sin necesidad de moverte de casa.
La seducción ha dado paso a la obviedad. Todos decimos lo que pensamos o sentimos inmediatamente sin esperar a que el otro lo intuya o lo averigue por su cuenta mientras nos vamos descubriendo poco a poco.
No hay paciencia. Es el aquí y ahora. No hay tiempo de espera, no hay largos caminos. Todo son atajos o autopistas. Se trata de llegar cuanto antes, de conseguir inmediatamente, de no hacer esfuerzos. Se valora lo que cuesta poco y los artesanos han perdido con sus productos manufacturados, frente a los "chinos" o las tiendas de "todo a 1 euro"
Por eso, a veces me escapo. Huyo del ritmo frenético de estos tiempos y me encierro en mí misma, para perder tiempo en desear algo.
Así que ahora, cuando veo unas sandalias rojas en el escaparate de una zapatería, invento el tiempo del deseo y regreso sobre mis pasos, un día tras otro, pegando mi nariz al cristal empañado, durante el tiempo prudente para fomentar ese placer. Para alimentar mi cuerpo y mi alma de ese tiempo de espera, de ese tiempo de deseo que conferirán al objeto, una vez poseído, un valor y una intensidad inigualable.
Etiquetas: diario
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