21 noviembre, 2005

Tiempo de despedidas

Los árboles dicen adiós a las hojas. Las calles se inundan de colores: rojos, amarillos, verdes, marrones... Una gran alfombra se mueve al compás del viento.
Es tiempo de despedidas. También para mi.
Por distintos motivos me veo obligada a decir adiós a muchas cosas, a alguna gente. Es también tiempo de despedida interior.

"Aunque nada pueda devolverte aquel tiempo del esplendor en la hierba y la gloria de las flores, no debes dolerte por ello; en la belleza que quedó atrás tienes que encontrar toda la fuerza"- decía William Wordsworth en aquel poema que muchas/os escuchamos por primera vez en la película "Esplendor en la hierba" de Elia Kazan.

¿Consistirá en esto hacerse mayor? en irse despidiendo poco a poco de las cosas que antes te rodeaban, de decir adiós a tantas ilusiones, a muchos/as amigos o gente que compartió contigo momentos, instantes, palabras, abrazos...
Hoy tengo el corazón en un puño. He tenido que decir adiós a una buena amiga. Es la tercera que se marcha en poco tiempo. No es nada definitivo, afortunadamente. Se traslada por cuestiones de trabajo. No nos decimos adiós, volveremos a vernos, y prometemos visitarnos, escribirnos, hablarnos... Parece que nada tiene que cambiar. Pero dentro de mi, en ese lugar que se ha ido construyendo a base de tiempo, sé que muchas cosas cambiarán. Cambiarán las sesiones de cine en las tardes oscuras del invierno, el café con leche condesada de "Il Café di Roma", las largas caminatas por las Quilamas, las botas Chirucas, los largos, tranquilos llenos de risas y palabras en la piscina acristalada, las colas en la entrada del Liceo, los silencios delante de la chimenea...
Hoy no tengo fuerza para hacer "de tripas corazón".

Recuerdo un poema titulado DESPEDIDA de Yolanda Reyes

El dolor de la pérdida no es inmediato
Se va dando gota a gota
Primero se acumula adrenalina
y luego viene el ensayo general
que es despedirse
De todo hay en el reino de las despedidas
al gusto del consumidor
Están las despedidas morbosas,
con lágrimas y abrazos
que se ensañan en el rito de los adioses
Y están las otras casuales, las de quien no quiere la cosa
Y las frases de no nos digamos adiós sino hasta luego
los que no quiero que me llores, los no llores por mi Argentina
Están los narcisistas, de esos que se despiden más que circo de pobre
y no faltan los hipócritas: que no me merezco ni una lágrima
y están los rumberos que piden salsa para el día de su entierro
Y están los que se van de vacaciones como si se fueran toda la vida
y están los que se van toda la vida, como si se fueran de vacaciones
y están los que se van por un año
y los novios que se separan
y los que se van en una balsa
y los que se van del país
y los que se van para siempre
y los que se van y no vuelven.
Y están los que se quedan.
Los que se quedan en la orilla y caen en la trampa de pensar
que después de todo no era tan grave, que al fin y al cabo, se sobrevive
Y sí. Al comienzo se sobrevive pensando que hará el otro
y la adrenalina se invierte en fabricarle un escenario cotidiano
para imaginar si está comiendo o si ya se habrá acostado,
para hacer la cuenta regresiva de qué horas son allá... (si en ese país hay horas)
Y ahí es cuando la pérdida empieza a instalarse en el sofá
y las imágenes van pasando de nítidas a difusas
y hay que concentrarse en reconstruir la cara
porque los rasgos se borran poco a poco
y las costumbres se acostumbran a prescindir del ausente.
Entonces, cuando se cree que ya pasó, que es pan comido, viene la punzada
El dolor de tener que decirle algo urgente al despedido,
la necesidad de contarle un chiste,
el dolor de que ya no está para cuando se ofrezca
el dolor de no poder ir de visita (así no fuéramos nunca)
el dolor de no compartir el té con bizcochos o el concierto de Fito Páez
el último libro que leímos o la cancion que está sonando ahora.
Este dolor que duele poquito (eso creemos)
esa punzada de dolor entre la prisa y la rutina
esa nata borrosa que empieza a inundarlo todo
y que muchos llaman ausencia.
La ausencia que es aprender a vivir sin un pedazo de vida
la ausencia que es arrancarse un pedazo de piel, o un pedazo de alma.
Y lo peor es que aprendemos a vivir cada vez con más ausencias,
y cada vez más agujeros negros se instalan en el lugar del alma
como las neuronas, que una vez perdidas, nunca se regeneran.
El dolor de la pérdida no es inmediato,
se va dando gota a gota
y, de repente, cuando por fin nos damos cuenta,
se ha apoderado de todo.

Etiquetas: ,

1 Comments:

At 10:05 a. m., Blogger Isabel said...

Gracias Pedro por tu comentario. Leeré tu blog y tus escritos. Tienes publicado algo?
Esto de los blog es estupendo. Se establece una red misteriosa con la que conoces a gente y a través de ésta a otra gente y así... hasta el infinito : -)
Me encanta leerlos...
Por ahora, el nombre de tu blog me parece muy sugerente...Voy a buscarlo...
Un abrazo

 

Publicar un comentario

<< Home