12 febrero, 2013

Pecar por exceso



Leo la novela "Intemperie", claro.

¡Cómo no leerla, después de las críticas que la preceden, de las grandiosas presentaciones, del bombardeo por radio, televisión y prensa escrita, acerca de sus bondades y su impacto en toda Europa!
La leo también porque está escrita por un paisano, un hombre todavía joven, nuevo en estas lides noveleras y novelísticas y porque me gusta la cubierta cuando la veo en los escaparates de las librerías (qué frivolidad...).
La leo procurando no creerme todo lo que he oído, mantener a raya mis expectativas, no dejarme influenciar por la desmesura de las críticas ni por su comparaciones -en la faja de la cubierta incluída-  con Delibes o Cormac McCarthy.
No ha sido fácil, liberarse de tanto ruido, de tantas opiniones, de tantas alabanzas, pero al final lo he conseguido. 
He hecho mi propia lectura en la que, por cierto, yo no he encontrado ni a Delibes ni a McCarthy. Tampoco he sido capaz de encontrar los motivos de tantas pasiones ni de tantas alabanzas y esto me ha hecho dudar de mi capacidad para sorprenderme o maravillarme con una nueva novela hasta el punto de llegar a considerarla una obra maestra.

Intemperie, es la historia de un niño que huye de su pueblo por alguna razón, que podemos intuir pero desconocemos. En su camino-huida, el niño se encontrará con un cabrero que lo acompañará y ayudará en la medida de sus posibilidades. 
El paisaje se convierte en un protagonista más de la historia, paisaje del que Carrasco hace una exhaustiva descripción, a veces tan exhaustiva, minuciosa y excesiva que llega a resultarte cansina y pesada.
La trama mantiene cierta tensión narrativa, pero hay muchos momentos que, a pesar de que parece se resolverán al final del libro, se quedan en el camino, dejándonos algunos interrogantes abiertos y sin respuesta.
El vocabulario parece, al menos a mí me lo parece, un diccionario de términos agrarios perdidos en la memoria de algún lugar del territorio español.(Confieso que he tenido que consultar el diccionario en más de una ocasión).
La prosa es exagerada hasta límites agotadores: abusa de descripciones, de términos, de yuxtaposiciones. Se hace tan engolada y artificial que acabas no creyéndote nada de lo que cuenta o, en el mejor de los casos, acabas saltándote algunos de los numerosos inventarios con los que se regodea de forma innecesaria y banal.

No quiero decir con todo esto que Carrasco no escriba bien. Sí que lo hace, y hay muchos momentos en el libro impregnados de belleza y poesía. 
Hay también momentos duros y buenos, hay sentimiento y verdad, pero la forma narrativa es tan excesiva que sientes como si te cargasen con un pesado fardo que arrastras por las páginas, buscando un respiro, hasta llegar al final.
Cuando he cerrado el libro, he tenido que abrir una ventana y respirar el aire a bocanadas.

El tema musical de esta entrada, no podía ser otro que "Intemperie" de Luis Eduardo Aute.



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