02 septiembre, 2009

Merlino


Desde que me enteré, a través de una llamada de Jesús Marchamalo, he querido escribir algo sobre él.
Pero no soy capaz. No sé por qué, no lo sé.


Leo artículos en diversos diarios, en blogs, en redes sociales.
Intento conocer sus otras facetas, las que no nos revelaba en aquel bosque del Valle del Tiétar, cada año. Intento conocer al traductor, al escritor, al defensor de ideales y derechos...

Pero una y otra vez se me viene, a la cabeza y al corazón aquel duende vestido de rojo, apoyado en un árbol una noche, escuchando a Paco Ibáñez con un vaso en una mano y un cigarrillo en la otra.
Una y otra vez y otra vez, veo su ancha sonrisa o escucho su voz, grave y profunda, mientras declamaba preposiciones, conjunciones y adverbios iluminado por los rayos de sol que se colaban entre las hojas.
Una y otra y otra y otra vez lo veo sentado en una roca con sus ojos encendidos, o mezclándose, humano, sencillo y generoso, con todos los que sentíamos que, de alguna manera, conocerle era un privilegio.

De entre todo lo que he leído sobre él en estos días me quedo con sus propias palabras, las que escribió, hablando de si mismo: «Lleva colgado el sambenito de distraído y es, hasta cierto punto, impúdico, obsesivo, impaciente, posesivo, apasionado, complaciente, simpático, insoportable. Prefiere la imperfección (‘los perfectos son de piedra’) y le encanta intercambiar imperfecciones con amigos, amores, aventuras, como si fuesen cromos». Son palabras para su ‘Arte Cisoria’ (Calima Ediciones, Palma de Mallorca, 2006), su ya irremediablemente último libro de poesía publicado en vida, que toma título de la obra del Marqués de Villena.

Nada volverá a ser igual allí sin él en aquellos bosques. Sin el duende Merlino. Nada.

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