De besos e islas
La otra tarde me encontré con una antigua amiga por la calle. Hacía años que no la veía. El tiempo y otras cosas nos fueron separando y ya ni siquiera hablábamos por teléfono. La encontré bien, con buen aspecto pero, de todas formas y siguiendo las fórmulas habituales de cortesía, le pregunté qué tal estaba. Antes de responderme comenzó a besarse sus propios brazos desaforadamente, luego añadió:
-¿Ves todo lo que me quiero?, pues así estoy... estupendamente... queriéndome mucho, si no me quiero yo... ¿quién me va a querer?... y si yo me quiero todo va bien...
Me quedé en silencio. Aquella efusiva demostración de amor a sí misma me dejó anonadada y sin capacidad de respuesta. Sólo pude sonreír -no sé qué clase de mueca vería ella- y decir -¡qué bien!.
Cuando nos separamos caminé dándole vueltas al asunto de aquellos besos y aquellas palabras. Puede que tenga razón, puede que eso de quererse a una misma sea la base y el origen de la felicidad absoluta, pero ¿cómo se hace?.
Seguí caminando y pensando, ¿dónde habrá encontrado la fórmula, la llave, el secreto?. Y ¿será verdad?, es decir, ¿funcionará al 100%, al 90%, al 50%?.
¿Logrará, con ese amor a sí misma, eludir los embates de la vida, las rachas de malos vientos, la pena de las despedidas y las ausencias, las palabras que se atragantan y no salen, los abrazos que nunca nos atrevemos a dar, los miedos, las incertidumbres, los silencios pesados como tormentas, las desilusiones que te imponen los años, las decepciones, los malos modos...?
Me acordé de un amigo al que también encontré un día en la feria del libro de mi ciudad, al que acababan de hacer una encuesta de esas típicas y tópicas sobre la lectura en plena plaza.
-Me han preguntado qué libro me llevaría a una isla desierta y les he señalado mis manos y mi cabeza- me dijo- aquí está todo, amiga, no necesito nada más, me basto conmigo mismo para seguir viviendo. Mis recuerdos, mis vivencias y mis manos harían de la isla un lugar habitable.
Me separé de él igual que de mi amiga. Desconcertada y sintiéndome muy, muy pequeña, muy torpe, muy inútil.
La otra tarde, cuando llegué a casa, miré mis manos, toqué mi cabeza e intenté darme unos besos en mis brazos. Mi perra Jara, desde el sofá, me lanzó una mirada displicente y llena de escepticismo y yo, un poco abochornada, decidí escuchar este tema de Houaida Goulli, reflejo perfecto de mi estado de ánimo en esos momentos.
Etiquetas: diario, Houaida Goulli, I Love the Mountains
1 Comments:
Quererse mucho parece ser la solución a todos los problemas. Pero yo creo que aquellos que se pasan el día diciéndolo son los que menos se quieren. Yo prefiero querer a otra persona y disfrutar del amor entre dos. Gracias por el post. Me ha gustado y divertido.
Javier
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