09 noviembre, 2009

La calle pequeña

Hay una calle, en esta ciudad, que me encanta.
Es una calle pequeña, por la que no pasan coches, con árboles en la acera.
Tampoco pasa mucha gente por ella.
No hay apenas tiendas, ni bares, pero tiene bancos para sentarse en verano y farolas amarillas para las tardes de invierno.
Es tan pequeña, que cuando caminas por ella se acaba enseguida y engañas el paseo volviendo, una y otra vez, sobre tus pasos.
A Jara también le gusta tanto como a mi, así que en nuestros largos paseos a la puesta de sol, acabamos desembocando siempre en ella, como si todos los caminos nos condujeran allí.
Es la única calle en la que la estaciones parecen sucederse conforme al calendario previsto.
En primavera huele a flores y a aire limpio, en verano, los pájaros se refugian alborozados en los árboles, en otoño se llena de hojas que crujen a nuestro paso y en invierno brilla como una luna plateada.
A veces pienso que me gustaría vivir en esa calle, tan pequeña.
Pero enseguida sé que nunca lo haría porque quizás, entonces, perdería el encanto de aparecerse ante mí, cada tarde, como una pequeña isla en esta bulliciosa ciudad.

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