26 octubre, 2009

Jesús Marchamalo

Jesús Marchamalo es un turista accidental. Un hombre que mira con curiosidad y avidez el mundo que le rodea.

Por eso no es extraño encontrarlo por las calles de Madrid, en el viejo rastro o sentado en una cafetería practicando esa afición suya de voyeur con la que es capaz de diseccionar las cosas más pequeñas que, para la mayoría, pueden pasar inadvertidas.
No es extraño tampoco encontrarle en librerías de viejo, buscando tréboles entre las hojas, antiguas entradas de teatro o un billete de tranvía usado como señal de lectura entre las páginas.
Los que le conocemos admiramos esta capacidad suya de sentir curiosidad por el mundo que le rodea y la avidez, la ironía y la ternura con la que la practica.
Le gustan las piedras, los árboles, los pequeños objetos inservibles y los bolígrafos de tinta verde.
Colecciona recuerdos, al estilo de Georges Perec (recuerdan aquel “Je me souviens”) y dedicatorias de sus amigos escritores que suelen ser un reflejo de la relación que le unen a él.
Dibuja sombreros y le gusta jugar con el lenguaje a partir de las posibilidades que éste le ofrece, reinventando nuevas palabras que nos regala con la generosidad propia de los que, curiosos como él, quieren compartir cada descubrimiento.
Me gusta leerle porque tiene una mirada llena de humor tierno, sensibilidad y perspicacia.
Y me gusta escucharle porque siempre nos está descubriendo pequeñas anécdotas y sucesos de libros y escritores que, de no ser por él, pasarían inadvertidos para la mayoría.
Además de todo esto es periodista y escritor y presentador de televisión y guionista y locutor de radio y profesor y padre... Y colabora en revistas y suplementos literarios y da charlas y conferencias y pregones y escribe libros: La tienda de las palabras, Las bibliotecas perdidas, Tocar los libros, 39 escritores y medio, “Diálogos de lobos y preposiciones”, “No hay adverbio que te venga bien” o “44” (a punto de salir ahora en noviembre)
Y ha recibido un montón de premios de los que nunca habla...
Para qué..
Lo que a él le importa es seguir apasionándose por la vida, seguir descubriendo secretos ocultos entre las líneas de un libro, seguir buscando tesoros escondidos entre sus hojas, seguir disfrutando con la lectura, fotografiar troncos de árboles que cuentan una historia, componer palabras con el scrable, escribir sobre lo que le gusta y seguir viviendo como lo que es: un turista accidental del mundo que le rodea.

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