14 noviembre, 2013

Zona de confort

Fotografía: BjoernG
Hay poca gente valiente.

Poca gente capaz de salir de su pequeño refugio. Capaz de levantarse de su cómodo sofá, salir de su sala calentita y tirarse a la calle o al monte -qué más da- para descubrir nuevos paisajes, para vivir nuevas aventuras, para sentir nuevas y emocionantes sensaciones, en definitiva para seguir sintiéndose vivo.
A veces nos cruzamos con alguien así, valiente.
Alguien que no teme a las ventiscas ni a las borrascas. Alguien a quién no echan para atrás ni el sol justiciero, ni los grandes desiertos, ni las aguas revueltas, ni los vientos huracanados. Alguien que exprime la vida al máximo y el confort de su casa, de su habitación de su sofá... sólo le parecen los barrotes de una jaula en la que nunca podrá sentir la auténtica vida, la de las emociones, la de los sentimientos, la de los más intensos placeres y las conquistas más anheladas.

Y ese alguien nos desasosiega, nos hace mirarnos desde una perspectiva distinta, nos irrita, nos obliga a salir de nuestras rutinas -con la pereza que esto nos produce-
Puede que por algún tiempo seamos felices acompañándole en sus maravillosas propuestas de aventura y riesgo. Puede que nos engañemos por algún tiempo imaginando que, también nosotros, somos como ese alguien: aventureros, arriesgados, exploradores, descubridores, piratas...
Pero un día, antes o después, esa vida agitada y turbulenta, que nos procura tantas y maravillosas experiencias, se nos hace demasiado complicada y decidimos pagar, con el precio de la rutina gris, el regreso a nuestra zona de confort. Como si fuéramos a vivir eternamente.


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