Noche de fados
La tapita portuguesa. Manteles de cuadros verdes, bacalao dorado, cerveza y vino en vasos de barro.
Una viola, una guitarra portuguesa, y las voces desgarradas, llenas de alma, de saudades, de vivencias, de desengaños y pequeñas alegrías.
Tiene 93 años y cuando canta te pone la piel de gallina. La voz cargada de emoción y el cuerpo, que apenas puede seguirle.
Tiene 20 años, un cuerpo atlético, labios y orejas adornados, y una voz que aún no conoce el desgarro y la tristeza.
Es rubio y bajito, canta con los ojos entornados, la voz se extiende por encima de nosotros, se aleja por las viejas calles y cruza una frontera que nunca fue frontera.
Y así, uno y otro y otro más.
Cantan fados en la pequeña taberna llena de silencio.
Somos 3 en una de las mesas y, en ese momento, en el que las viejas canciones portuguesas llenan la noche de melancolía, somos sólo uno y una y uno.
Hay tristeza también en nuestros ojos y en nuestras almas, que comparten la nostalgia de días más alegres.
Somos uno en la nostalgia.
Por la ventana, los olores del verano. El calor, bochornoso, de la infancia. La noche que parece interminable.
Cuando la música termina, vuelven las risas, las bromas, la charla en el lugar que la dejamos.
Somos tres ahora.
Otra vez tres.
Etiquetas: diario
1 Comments:
... tres, tres, tres. Uno.
Mira tú si resulta que el misterio de la trinidad lo ha resuelto el fado.
Besos. Besos. Besos.
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