Viaje a Londres
Londres nos recibe con lluvia y cielo gris. No podíamos esperar menos de esta ciudad multicultural, llena de contrastes, inmensa y sorprendente, conservadora y moderna, sucia y deslumbradora, que empezar este periplo británico y lluvioso, en Liverpool Station para acabar cenando en un restaurante peruano, en el inquietante y sugerente barrio de Tower Hamlets, en el East End londinense, en pleno territorio bangladesí.
Second day: del río al Brutalismo.
Hay que pasear por la orilla del Támesis para entender mejor la historia de esta ciudad ordenada y caótica. Ir acercándose poco a poco a la City, ese lugar sagrado para los londinenses, en la que ni siquiera la Reina tiene poder, e ir descubriendo su forma de ver, vivir, convivir y entender la vida.
Londres se conoce caminando. Dejándose llevar por su ritmo frenético o subiendo en menos de 30 segundos al Sky Garden para verlo al nivel de las nubes mientras sabores un café entre especies británicas exóticas y ves pasar los aviones a la altura de tu nariz.
Luego, puedes descender de nuevo a la tierra, ya con el mapa de la ciudad en tu memoria, y acercarte a comer, con los ejecutivos de la City en uno de los restaurantes que ellos frecuentan, como el Honer, que huele a especias de las Indias y tienen las mejores patatas con romero que he probado nunca .
Quizá convenga después pasear la comida por el bullicioso sur londinense, cruzando el Tower Bridge, si te dejan los cientos de turistas de todos los colores que lo invaden, y descubrir su mercado al aire libre y las historias de piratas, pescadores, gente de mala vida y libertina que convirtieron este lugar en uno de los barrios más llenos de vida y leyendas de la ciudad.
Si tienes suerte puedes encontrarte con Jimmy C. el grafitero inglés del puntillismo, retocando su Shakespeare bajo el puente o al mismísimo Ben Wilson, artista callejero, Chewing Gum Man, autor de más de 400 pequeñas obras de arte que recorren el Millennium Bridge, pintadas en un lienzo único: los chicles que hay en el suelo.
Tomar una cerveza en los jardines de la Tate Gallery, después de patearla a conciencia y acabar en uno de los lugares más sorprendentes de la ciudad: Barbican, máximo exponente del "Brutalismo" inglés y un paraíso cultural y de sosiego y descanso.
Tomar una cerveza en los jardines de la Tate Gallery, después de patearla a conciencia y acabar en uno de los lugares más sorprendentes de la ciudad: Barbican, máximo exponente del "Brutalismo" inglés y un paraíso cultural y de sosiego y descanso.
Third day: de Londres a Oxford.
A Oxford se llega en una hora, desde la estación de Paddington, en un tren que atraviesa la verde campiña inglesa bajo una lluvia dulce y persistente que va a acompañarnos todo el día.
Y no voy a la ciudad universitaria inglesa porque tenga especial interés en visitar sus 38 Colleges, entre ellos el Christ Church con su magnífico salón comedor y su historia literaria y cinematográfica Tampoco voy por la Biblioteca Bodleiana y sus más de 368 km.de estanterías. Ni por el Bridge of Sighs (puente de los suspiros) que une dos patios del Hertford College. Por supuesto que no viajo buscando el grandioso Teatro Sheldonian, ni siquiera el magnífico Museo de Historia de la Ciencia en el que, entre otras mil maravillas, se expone la pizarra de Einstein. Por no ir, ni siquiera voy por el precioso Mercado cubierto lleno de delicias culinarias que te hacen sentirte en el séptimo y golosisímo cielo. Ni, para colmo, lo que me lleva hasta allí tampoco son los antiguos pubs y tabernas en las que escritores como C.S. Lewis y Tolkien se sentaban frente a una pinta a leerse sus respectivos manuscritos. No, lo que me lleva hasta allí es un pequeño libro, encuadernado en tela roja, que mi madre puso en mis manos cuando, enferma de sarampión, ardía en la cama entre sueños y duermevelas. Un libro escrito por el reverendo Charles Dogson, estudiante y profesor en uno de esos Colleges quien, una tarde dorada en una barca en el Támesis, inventó una historia mágica para tres niñas, las hermanas Lidell, hijas del Decano del Christ Church de Oxford y que sería el inicio de otra fiebre, mayor aún que la del sarampión, que me dura desde la infancia.
Fourth day. Green London.
Hoy juega el Arsenal y el metro que lleva al norte de la ciudad está lleno de camisetas rojas, deseos y esperanzas. El estadio del Arsenal está en uno de esos barrios, habituales en Londres, en los que riqueza y miseria conviven con la naturalidad con la que convive todo en este país.
También la naturaleza. Y así es fácil pasar del hierro oxidado y el sucio hormigón a los preciosos y coloridos parques que te rodean por doquier, incluso bosques salvajes y reservas naturales que se extienden por kilómetros y en los que te adentras simplemente cruzando una calle.
Pasear por Parkland Walk mientras la ciudad, y el Arsenal, rugen fuera, es una experiencia casi mística. Árboles y vegetación silvestres, ardillas, moras y, de vez en cuando perros, paseando a sus humanos, que se saludan con cortesía.
Luego, y para llegar hasta Alexandra Park -hoy nuestro destino- hay que cruzar inmensos parques llenos de niñ@s, tan libres y felices como los perros, que juegan subiéndose a los árboles sin que ningún adulto ponga límites a su imaginación (Aquí no se grita jamás a perros ni a niñ@s). Mientras los observaba me acordaba del maravilloso libro de Gerald Durrell, "Mi familia y otros animales" y de lo bien que reflejaba el carácter inglés.
El Alexandra Park, entre los distritos de Muswell Hill y Wood Green, es un precioso parque situado en una colina desde la que se tienen unas impresionantes vistas de la ciudad y alberga uno de los "Palacios del pueblo" y para el pueblo: el Alexandra Palace, un espacio histórico de ocio, cultura y entretenimiento, con un precioso teatro, pista de patinaje sobre hielo, espacios de juegos y talleres, salas de exposiciones etc etc. Hoy se celebra allí una fiesta de verano y la colina se llena de familias enteras comiendo al aire libre y escuchando los conciertos que tienen lugar en los distintos espacios. Todo está verde y limpio. No hay una miga en el césped, ni una voz que sobresalga de las otras. La gente se divierte en esta colina sin estridencias y sin molestar a nadie. Ni siquiera los perros ladran o gruñen. Todo es verde, amable, limpio y tranquilo, como el paisaje que se extiende alrededor, como la colina y los bosques, como los parques, los perros y las ardillas.
Ya sólo queda bajar la colina, detenerse a tomar un buen café en Crouch End, uno de los barrios más bonitos del norte, coger el 91 rojo de dos pisos que lleva a Trafalgar Square, revisitar el bullicioso y animadísimo Coven Garden, tomar una pinta en The Marquis viendo jugar a los dardos a los animados y rubicundos habitantes de la noche del sábado y volver a casa dando un pequeño paseo por la orilla norte del río. La noche iluminada del Támesis.
Fifth Day. De arte, agua, y Roast.
El museo Victoria and Albert es el museo más grande del mundo dedicado al arte y el diseño, con 3.000 años de artefactos procedentes de muchas de las culturas más sofisticadas del mundo.
Y es también un fascinante lugar para perderse, para observar el trasiego de la gente, para sentarse en una de las distintas salas de su restaurante - considerado el restaurante de un museo más antiguo del mundo- decoradas y diseñadas según distintas épocas y comer un plato caliente de carne guisada, acompañada de las tradicionales patatas asadas o tomar un café con Scones de frutas, panes trenzados, bollos calientes, delicados pasteles o bonitos cupcakes.
Ya en sí mismo, el edificio es precioso y basta con deambular por él siguiendo tu propia intuición o sentarte en la encantadora terraza exterior para ver a l@s niñ@s bañarse y jugar en su gran fuente.
Luego puedes, dando un pequeño paseo, sentarte a tomar otro café o un té británico frente a los inmensos almacenes Harrods. El trasiego de mujeres con pañuelo, burka y hiyab entrando y saliendo del lujoso almacén es incesante. Por debajo de sus túnicas negras sobresalen sus zapatos de marcas caŕisimas, y de sus brazos penden rolexs, pulseras de diamantes y bolsos de Dior mientras dejan, al pasar, un rastro de perfume inalcanzable.
Como me he empeñado en descubrir la cocina inglesa, que sigo sin conocer, vamos hasta el Pub The White House, en Whitechapel para probar el Sunday Roast, "el asado de los domingos", plato típico inglés que consiste en un asado hecho con diferentes tipos de carne acompañadas de: patatas asadas, salchichas, diferentes verduras y del Yorkshire Pudding, una especie de bollo hecho con harina, huevos, leche o agua y que se hornea en un molde en forma de cuenco y que es el que recoge los jugos de la carne que se asa en la rejilla superior del horno. A todo esto se le añade la tradicional salsa Gravy, elaborada con los jugos de la carne y las verduras.
Sixth Day
Los datos numéricos de la British Library (Biblioteca Británica), con más de 250 años de antigüedad, impresionan. 150 millones de publicaciones a las que se incorporan cada año cerca de tres millones. 625 km de estanterías que crecen 12 kilómetros cada año, un espacio de lectura con capacidad para 1200 lectores, seis millones anuales de búsquedas en su catálogo en línea y más de 100 millones de publicaciones ofrecidas a lectores de todo el mundo.
Entre los documentos especiales que posee, se encuentran, entre muchos otros, un cuaderno de notas de Leonardo da Vinci, una Carta Magna, una grabación de Nelson Mandela, cerca de 50 millones de patentes, 310.000 volúmenes de manuscritos, desde Jane Austen a James Joyce, Händel o los Beatles, más de 260.000 títulos de periódicos y más de cuatro millones de mapas.
Sí, impresionan todos estos números pero lo que a mí realmente me ha fascinado es sentirme, dentro de ella, como si estuviera en mi casa, en zapatillas y con una mantita en el sofá.
Gente de todas las edades y de todas las partes del mundo sentadas en el suelo o en torno a una mesa, estudian, consultan sus dispositivos móviles, comen ensaladas o beben un café, intercambian conversaciones, pasean entre las exposiciones o acuden a talleres de encuadernación o de ilustración. Niñ@s y jóvenes, estudiantes y jubilad@s conviven entre papeles y pantallas con naturalidad y comodidad. Como en casa, ya digo. Sin sacralizar un espacio que, como todos los espacios culturales y de ocio de este país, priorizan el bienestar de sus usuarios frente a absurdas normas impuestas con no sé qué criterio.
Junto a la Biblioteca, la inmensa y cosmopolita estación de San Pancras, con trenes que se ponen en dos horas en París o en Bruselas.
Seventh Day. La resiliencia.
Como en todas las ciudades, en Londres, también existen barrios resilientes, lugares que no pretenden estar en ninguna guía turística y que se han convertido en el refugio ideal para muchos artistas y artesan@s.
Aquí puedes disfrutar de la calma y el sosiego de pequeños bares junto al canal, preciosos y frondosos parques, destilerías de riquísimas cervezas artesanales o platos genuinos y bien elaborados.
Luego un buen paseo por el magnífico Victoria Park.
Y cerrar el día en el Museo del Juguete, bautizado con el nombre de Benjamin Pollock, famoso impresor de teatros de títeres de finales del siglo XIX, el Museo del Juguete de Pollock se inauguró en 1956 y está dedicado al teatro de títeres tradicional inglés.
Eighth Day. La City
Aquí no se tira nada. Grandes y modernos rascacielos se mezclan con preciosas casas victorianas. Todo convive en orden y armonía, como conviven las distintas culturas, las distintas razas, las distintas especies, las diferentes creencias y las lenguas y costumbres de cada uno.
Así, todo se mezcla, y se difuminan las fronteras del ser humano. Aunque se empeñen en un Brexit que inventa otro tipo de fronteras, Londres siempre será una ciudad multicultural y cosmopolita donde todo el que llegue encontrará su sitio.
"Si no hay cocina inglesa -me dice un Brooker con turbante que come ensalada sentado en un banco a la puerta de su imponente edificio de oficinas- es porque la cocina de este país es un reflejo de sus habitantes y aquí hay gente de todas las partes del mundo y olores y colores y sabores de todo el Planeta".
Me he reconciliado con esta ciudad en la que la cultura es una forma de vida, una manera de ser y estar. Y regreso, no sin cierta envidia y fascinación, a casa.
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